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Afuera llueve, llueve desde hace tres días y miro por la ventana, sé que no aparecerás de un momento a otro; sé que tu sonrisa se ha vuelto una pesadilla que se encharca de tristeza al recordar mi nombre. No tuve nunca nada que ofrecerte y sin embargo me hiciste tu reina, no tuve nunca un momento pleno para ti y te desviviste por mí. Ésta tarde, que tus ojos buscan los míos, que tus manos nerviosas tocan las mías, me muero de sueños y te mato de hastío.

El agua que cae, fría, que enferma, moja tus botas y las miras para no mirarme a mí, para no hablar conmigo, aunque sabes que lo súplico; todas las palabras se vuelven soeces por más dulces que sean si me las dedicas a mí; las caricias son animales en busca del sangriento alimento de mis debilidades. Y sin embargo, estás aquí. Buscas una sonrisa, un momento, un beso quizás y el arrebato de los viejos tiempos se instala en mi mente como un recuerdo de lo que fue y no será. No sabemos de quién es el rechazo: si tuyo a no seguir luchando por lo que tanto amas pero te lastima o mío, por no aceptar que amo lo que tanto lastimo.

Tu silencio se vuelve pesado, no hay modo de que te encuentre a pesar de estar frente a mí. No encuentro la manera de devolverte a mi mundo que se vislumbra ajado, viejo y mortificado, casi un futuro que está atrapado allí. Mis manos recorren tus mejillas, el aire se vicia de mentiras, reproches, fantasías que nos llevaron a un pueblo olvidado en el que sólo éramos tú, yo y la pasión violenta que a tantos lastimó. Sonríes a mis preguntas, no vas a contestar, tu fuerza de voluntad es loable y reprochable tu actitud, pero: ¿quién podría ponerte en juicio si tan sólo preservas lo bueno de lo que terminó? Vuelvo a mi mutismo entonces y quisiera decirte que todo lo que no te di, no fué porque no quisiera, que las malditas palabras que te alejaron de mí, no fueron más que un cuento de ficción.

Enloquezco al compás de las gotas que golpean mis ganas y te abrazo, te abrazo como se abraza al miedo, como se abrazan las tardes de delitos amorosos, como se abraza alfuego del infierno y me abrazas porque es lo que deseas siempre, de eso te convenzo, de volver a mí, aunque ello signifique volver a perderte, volver a usar tus palabras que se impregnan de mí y me hacen perpetua. Pero tu abrazo dura poco, violentamente te separas de mí, las pesadillas del demonio que soy para ti, reviviven en tu mente. Te detienes a pensar que soy el mal, que odias la sensación que te provoca saberte mío, que odias mis continuos caprichos y mis eternos recordatorios de rutina y café aguado. Llueve pero no te mojas, sonríes pero no es conmigo, me besas y me sabe a poco...

La distancia está bien puesta entre nosotros, apenas cruces el portal, ambos sabremos que ha terminado; apenas digas esa palabra a la que tanto temo, sabré que abriste los ojos y te perdí para siempre. Te pido un minuto, un sueño, una oda al desencanto odioso del amor, una sonrisa, un deseo despiadado y cruel, una mañana que despierte bajo mis sábanas y buscas todo eso en tus bolsillos, con la parsimonia de un niño, con el desenfado de un adolescente, con la solemnidad de un artista, con la falsedad de un politico, con la letanía de un músico; te encoges de hombros, no encontraste nada y te sientes orgulloso de no haberlo hecho. Pronuncias la palbara, esa bella y triste palabra, suena como a música y bajo la lluvia te vas; hubiera querido gritarte que te amo, como nunca me he atrevido a hacerlo, pero apenas lo puedo susurrar y se pierde con el golpeteo de las gotas al caer. Como yo, nadie te tendrá, como tú, nadie me amará.

Texto agregado el 11-02-2007, y leído por 147 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-02-2007 uhhh, pobres las mujeres de tus historias... muy bueno mis 5* y mis saludos morrison86
 
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