A un rayo de sol
Nunca creí en mis desvelos,
siempre los maldije, a gritos,
mas nadie oyó jamás.
Nadie pudo ver la sangre de mi garganta
goteando por la barbilla,
ni mis resecos ojos, ni la ironía en mi risa desahuciada.
Nadie miró de reojo mi puño cerrado,
ni supo poner nombre a mi locura.
Nadie, nada.
El niño triste, el de la mirada ausente,
quizá eso fuera bastante...
Y entre maldición y maldición,
línea y línea,
desvelo y desvelo,
amaneció.
Sí, quién lo iba a decir,
un rayo de sol en plena noche,
que me atravesó, afilado,
diseccionando mi interior,
iluminando mi puño cerrado y mis ojos resecos
con hirientes coincidencias
de mundos en declive,
de decadencia y dolor,
de sangre y fuego,
de revoluciones frustradas
y esperanzas compartidas.
Y ahora, en la incertidumbre del querer,
en lo efímero del hoy,
ahora que el mundo duele el doble,
aun el niño triste,
aun la mirada ausente y el puño cerrado,
aun los gritos de la locura o la razón
que maldicen las mismas noches de desvelo,
mas no todas,
no las que me permiten dibujar,
con el dedo, mientras duermes,
el contorno de una estrella en tu cuello.
|