Todo es blanco alrededor en esta época del año. Y no, aquí no cae nieve. Durante algunos meses, el eterno verde de la sierra es cubierto por un manto de nubes blancas, un vestido de niebla que lo cubre todo, que baja y sube por cientos de cerros como un susurro, un susurro mórbido. Debajo de ella, las casas de madera, de cartón viejo y de paja tiritan, se congelan, empiezan a morir de pulmonía. Los pies descalzos ya no solo tienen que soportar piedras, agua, lodo, insectos, micosis, ahora tendrán que lidiar con las gélidas caricias del invierno. Por que la única forma de luchar con ese fantasma es con el fuego, y hay que alimentarlo, hay que enfrentarse a la niebla, robarle algún trozo húmedo de madera vieja, por que los niños son débiles, y no resisten el frió como los padres. Pero la niebla pelea, y deja caer su venganza en forma de millones de perlas hermosas cuyo trabajo es impedir que haya fuego. Todos los años es lo mismo, siempre esa lucha entre la naturaleza y el hombre, pero es aquí donde la naturaleza no cede, no retrocede ni un centímetro, no permitirá al hombre hacer con ella lo que en las ciudades, donde el manto que las cubre no es blanco, sino gris. Y el hombre continúa su batalla, sigue construyendo mientras destruye la naturaleza; y la naturaleza continua construyéndose al destruir lo que el hombre ha creado. Un ciclo evolutivo, un yingyang verde con blanco…” |