Se acabó.
Todo empieza.
Todo acaba.
Sin más.
La vida es sencilla.
Cargada de complicaciones.
Cargada de contradicciones…

Escupí sobre la sobredosis del amor y la saliva zozobró.
No hay más. Hachís y Guiness. Para ti coca-cola. Muy amarga la cerveza negra, dices. Quizás yo sea un alma amarga que ronda por las calles vomitando la tristeza de la vacuidad. Quizás.

No importa el cómo pero sí el por qué. Sólo un cómo explica un por qué: CONTRADICCIÓN.

El humo enraizado de flores en la sala. La sala. Siempre en la sala del desaliento. Una sonrisa. Un requerimiento insustancial. Nunca hay dicha, sí desdicha.
La vida no existe. Yo no existo. Aunque piense, no existo. Has robado la existencia a la vida. El cosmos está sólo. No hay partículas que lo pueblen.

¡Ladrona!

Puede que el amor nunca haya tenido objetividad alguna. Siempre será subjetivo. También puede que no exista. Algunos sociólogos actuales lo afirman: el amor es sociológico, no biológico. Los he estudiado. Les odio. La gente odia lo que teme.
No quiero temer a nada pero tú me acorralas, me torturas, me asesinas. ¿Cómo no tener miedo?

Detesto escribir. Frases violentas, contradecirme. Es atractivo. Pero esto no; no lo es en absoluto.
Palabras. Sólo palabras. Con ellas, dicen, se puede argumentar cualquier teoría. La muerte no es teoría. Es praxis. Explíquenme la praxis. No pueden. Nadie puede: la muerte es sólo muerte. Tú eres muerte. Tú.

Sálvame. ¿Por qué no me amas? Te he dado mi vida sin que la vieses.
Me has desmantelado el corazón.
No puedo escribir.
Quiero abandonarme a la suerte de la droga, el alcohol.
Nunca he tenido suerte en nada.

Ya se que no me amas. Sin palabras. Como mi más fiel declaración. Vacío de lenguaje. Me has rechazado. Yo me rechazo.
Sólo queda el recuerdo…

Tú.