SUPERMERCADO
Nunca he sido un hombre observador, pero ese pequeño supermercado de barrio siempre me ha llamado la atención. Es una pequeña bajera llena de estanterías desordenadas, donde los productos están expuestos sin ningún orden aparente. A los clientes, este desorden parece no importarles, acostumbrados como están a hacer la compra diaria siempre en este supermercado y ni la suciedad de los pasillos les desagrada. Las cajeras, con sus uniformes desaliñados, atienden las cajas de una manera rutinaria. Nunca muestran una sonrisa y se puede apreciar la apatía en sus miradas.
No entiendo porque sigo comprando en este supermercado.
Su mirada desde el otro lado de la caja es lo único que me retiene impidiéndome cambiar de establecimiento. Ella tiene algo especial que le diferencia de sus compañeras. No se lo que es. El mismo uniforme viejo, la misma mirada perdida, la misma expresión de estar encerrada en este rincón olvidado por el mundo. Pero ella tiene algo especial, no se. En el fondo de sus ojos azules se esconde un suspiro de libertad. Y ese pequeño sueño es lo que me tiene vinculado a este recóndito supermercado.
Ella es una mujer guapa, pero su hermosura no radica en los cánones de revistas y pasarelas. Su eterna expresión de tristeza, me atrae de una manera especial.
- Doce con sesenta y cinco.- me dice después de pasar por el lector los cuatro productos que he depositado en la caja. Apenas me mira, yo en cambio la miro con una desconcertante mirada entre pena y alegría. Busco una leve sonrisa en sus labios, un descuido en su expresión de hastío. Pero mi pequeña esperanza muere cuando me devuelve los cambios y comienza a atender a la señora que impaciente ya a vaciado su carro sobre la desvencijada barra de la caja.
Mañana volveré a este pequeño supermercado de barrio, para comprar lo mismo que podría comprar en el flamante supermercado de la multinacional que han abierto al lado de mi casa. Pero esa sonrisa imposible, me impulsa a repetir en este establecimiento pequeño y desangelado con la esperanza de ser, algún día, testigo de la esquiva sonrisa de la dependienta que anhela la libertad con su mirada.
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