El llamado
__¡Ydara, Ydara!__ Gritaba la pequeña niña que llegaba corriendo a su encuentro, colgándosele del cuello con los ojos empapados de lágrimas.
Ydara la abrazó muy conmovida, mojando sus ropajes con aquellas gotitas de luz que desprendía su pequeña hermana.
__ Toma esto__ Le dijo la niña__ Lo hice para ti. Junté las rosas azules que crecen donde el mar hiere las rocas eternas y con ellas las teñí del color que tanto amas: el celeste de los amaneceres y de los ocasos.
Una fina capa celeste, casi del color de las aguas que descienden de las montañas, era el regalo de la niña. Ydara la besó y evidentemente agradecida, se la colocó sobre su ropaje de viaje. La dulce voz de la infante conmovió a los presentes en la partida de la mujer que recibió el don de los dioses.
Se veía confiada y lista para emprender el camino. Besó a sus padres y demás hermanos, y sin demora emprendió el viaje con rumbo a las tierras donde nacen los rayos del sol y las estrellas.
“¿Cuántas lunas tendré que recorrer?” Se preguntaba ya en marcha. Pero sabía que esa respuesta no la podría conocer a ciencia cierta, sólo cuando llegara sabría que su meta había sido alcanzada
Ahora se encaminaba segura, olvidando por momentos que no sabía que ruta tomar ni con qué se encontraría.
Recordaba como había llegado hasta aquel instante de su joven vida, cuando le preguntó a la vieja adivina del pueblo donde podía encontrar el camino hasta las estrellas.
__ Nadie hace ese tipo de preguntas en esta carpa. Nadie que no haya recibido una fuerte impresión proveniente del otro lado del mar. Seguro preguntas eso porque los sueños te han empezado a llamar niña__ Le dijo la vieja escondida tras los ocres de la tela que cubría su rostro __ Tienes esas fuertes ganas de concretarlos: no haces nada más que recordarlos y sentirte intranquila. Ves lo que deseas aun despierta y cuando duermes te son tan reales que no quieres que terminen y esperas hasta la siguiente noche y muchas veces tienes la buena luz de volver a revivirlos.
__ La verdad es que sí he tenido sueños, visiones y sentimientos en momentos de descanso y de labores. Los he visto cuando me encuentro despierta y sobre todo cuando descanso en las noches. Trato de no hacerlo, pero luego me dejo llevar porque es reconfortante y maravilloso, y una vez que despierto corro hasta la duna que limita nuestro pueblo e imagino que al otro lado de toda esta inmensidad desolada existe aquella tierra donde nacen las estrellas y esperan que alguien las organice en el espacio infinito. Quiero saber de aquel lugar, de aquella tierra y como llegar hasta ella.__ Bajó la mirada y se entristeció de súbito al verse demasiado soñadora. Se sintió avergonzada.
La bruja sonrió serena y tiró sobre la mesa octogonal un puñado de semillas de diferentes formas y colores.
__Aquella tierra donde nacen las estrellas se encuentra más allá de las colinas estériles que bordean nuestro pueblo. Es un camino largo y desconocido, pero si tus deseos te lo indican debes encaminarte hacia él.
Ydara nunca había ido más allá de los horizontes que delimitaba su país. Toda su vida había transcurrido entre las playas desnudas y áridas de aquella tierra, siempre caminando descalza por las arenas salobres recogiendo caracoles y pescando como todos los aldeanos. Su vida era una vida de sueños con aquellas pléyades distantes en el espacio infinito, más infinito cuando las observaba en las noches desnudas de nubes amontonadas en un solo lugar, y soñaba que se expandían maravillosas en una fiesta de luciérnagas inmóviles y llenas de vida propia. Amaba soñar y sobre todo amaba las estrellas.
La idea de visitar aquel lugar lejano le sedujo sobremanera, y de inmediato preguntó detalles de cómo llegar:
__Pero dime bruja__ Era presa ya de la emoción __ ¿Cómo he de movilizarme, cuanto he de andar y como he de encontrar aquel lugar?
__Debes saber que el camino es largo y desconocido. El lugar donde nacen las estrellas no es de éste mundo literalmente.
__ ¿Entonces debo detener mis sueños? Siempre han dicho que soy distinta, rara. Extraña.
__ ¡Nunca!__ Exclamó la vieja__ Lo que hace que el mundo que conocemos sea así es precisamente gracias a gente como tú niña. Los sueños si bien a veces parecen inalcanzables, tienen una connotación tan fuerte para aquellos elegidos, como tú, que el destino consiente que los alcancen, y si las estrellas te quieren como su dueña, así será.
Volvió a arrojar las semillas sobre la mesa.
__ Quizá esto te ayude: tienes que guiarte por los rayos nacientes del sol cada mañana y ahí encontrarás al caballo alado que te llevará hasta la cuna de los astros. Los dioses lo indican así, y ellos manejan el destino de todos los hombres, por lo tanto es su deseo que tú sigas ese rumbo.
Una luz se encendió en su interior. Sentía con aquellas palabras que su vida encontraría su destino tan esperado. Agradeció a la mujer y salió corriendo de la carpa hacia su cabaña.
Aun recordaba todo aquello, ahora que salía hacía donde el sol nace cada día. Dejó tras de sí su pueblo de siempre, su familia y toda una vida por el llamado de su destino.
El viaje
El sol le bañaba el rostro cada amanecer y a su lado aquel mar inalterable, sustento y vida, espejo infinito de su alma y de su cielo.
Por las noches descubrió que las mismas estrellas la orientaban en medio de la oscuridad tersamente oscura, como sus propios ojos, siempre con rumbo al oriente, al lugar donde los rayos solares empezaban a romper el nuevo día.
Por las tardes, cuando el astro supremo le daba todo su calor, ella dormía y se alimentaba. Presentía que el viaje pronto llegaría a su fin, y se cobijaba con la capa celeste que su pequeña hermana le había regalado para aquella empresa, sabiéndose extrañamente fresca cuando el calor agobiaba y muy abrigada cuando cabalgaba por las noches frías. “Seguro serán las rosas azules. Seguro será la tela mágica. Seguro el amor de mi familia” y se daba ánimo para seguir en un viaje que la llamaba con mayor fuerza cada día.
Pronto dejó atrás las arenas costeras, con sus rocas formadas de corales, caracoles y aroma a sal que llega desde los confines del abismo. Dejó las fronteras siempre presentes en su vida, encontrando un mundo completamente nuevo a su paso: llanuras con vegetación propia de tales lugares y animales extraños. Bosques exuberantes, como salidas de los cuentos de los viejos y de los mitos de los antepasados. Valles con colinas verdes llenas de pastizales y otras cubiertas por hermosas flores en colores sin fin, como una alfombra viva llena de abejas y aves, perfumando a su paso con aromas nunca antes conocidos.
Finalmente llegaba a su destino, casi medio mundo del lugar de su origen primero: Una montaña gris, enorme, imponente, aislada por ríos caudalosos encajonados en acantilados que bramaban al paso torrentoso de sus aguas semejantes al color de su capa. Sintió miedo al ver la majestuosidad del paisaje, sobre todo al ver como los rayos solares salían detrás de aquella montaña en el día, inundando el mundo entero que se expandía a sus espaldas; y de noche descubrir que las constelaciones emergían iluminadas desde sus entrañas y se amontonaban dándole una luz radiante como si fuera de medio día. Era la cuna de las estrellas. Era la morada de los dioses. El lugar donde encontraría al caballo alado para llegar hasta la cumbre.
La Dama de las Estrellas
Dos días descansó a los pies del precipicio que separaba la montaña del mundo, buscando la forma de cruzar al otro lado.
__Pronto tendré que dejarte amigo__ Le dijo a su caballo que la había acompañado durante tantos parajes y jornadas en aquel viaje maravilloso. Ahora detenida sabía que el camino hasta las pléyades era cosa de seres celestiales y su caballo no podría seguirla.
El animal era un hermoso corcel negro azabache, de largas crines que se batían al viento como cabellos de ninfas. Era el regalo que sus padres le habían hecho para poder llagar hasta aquella tierra ahora tan lejana y cada vez más hermosa. Los enormes ojos, también oscuros, dejaron mostrar que comprendía lo que pasaría, y aquel vínculo invisible entre una mujer llamada por los dioses y un caballo se desvanecería como se desvanece el rocío al llegar el alba. Dejó escapar una mirada melancólica que fue interpretada de inmediato por Ydara.
__ Yo también te extrañaré. Eres el único ser animado que me vincula con mi vida en la aldea, y el dejarte me destroza el alma.
Sus palabras fueron tan poderosas, que su amor por aquel compañero de viaje que representaba a sus seres queridos y su vida pasada, se vio reflejado en un halo de luz tan intensa que invadió a ambos. Una luz delicada, una luz que daba paz, una luz que los estrechó en un todo.
El negro animal se elevó por los aires de manera maravillosa, no creyendo Ydara lo que sus ojos veían. En sus cuartos traseros se pintaron manchas blancas, rojas, celestes: una vía láctea en miniatura con forma de espiral, y de sus lomos surgieron enormes alas siderales del color de la misma noche; alas emplumadas con resplandor carmín en forma de luz de luciérnaga. Su propio amigo se había vuelto el mítico caballo alado y sabía que su destino estaba asegurado de la mano de los dioses.
Montó en el caballo que batiendo los enormes apéndices emplumados se elevó por los aires en dirección a la cumbre de la montaña.
El viento que rozaba el rostro de la mujer era una sensación nueva. Podía ver desde las alturas como era el mundo desde una perspectiva única: los árboles empequeñecieron y los ríos se volvieron delgados hilos de plata serpenteantes, pudo ver las dunas de su tierra, diminutas pero real, el mar infinito le pareció un gran espejo que reflejaba las nubes navegantes y el sol como único resplandor. Podía ver el mundo desde los cielos.
Se elevaron más alto que las águilas y más veloces que los halcones. A su paso dejaron una estela sideral de rocío y arena brillante que parece un camino hasta las estrellas.
Llegaron a la cima de la montaña que era la cuna de las estrellas, e Ydara pudo ver que estaba en medio del espacio. La montaña era la cima del cielo literalmente. Su cuerpo había sufrido un cambio sorprendente: ya no era igual a los hombres que tienen cuerpos mortales, sino que se había vuelto semejante a los dioses con una forma celestializada y eterna. Sus ropajes de viaje mortal se habían desvanecido, dejando en cambio una fina gaza blanquecina que le cubría su desnudez, adornada con la capa que le había obsequiado su pequeña hermana y en su interior sintió que una fuerza interna le impedía sentir dolor, pesar, tristeza ni nostalgia. Ya no sufriría como los mortales ni sabría de penas, era una dama en medio de los astros que nacían de la cima de la montaña.
__Ahora sé que soy la Dama de las Estrellas.
Dijo con voz semejante a miles de gaviotas emprendiendo el vuelo y como trueno tras el relámpago, pero a la vez fresca y clara como las olas que bañaban su tierra lejana. Tomó con sus delicadas manos una diminuta estrella en medio de aquel ramillete en que se amontonaban, sintiéndola con la textura de una flor: suave y blanda, delicada y agradable al tacto y en nada tosca ni áspera; sin aristas como se las imaginan los hombres, sino que su luz se desfigura en aquellas formas geométricas. Pudo ver que según fuera su deseo, la diminuta estrella se volvía más radiante o menos brillante, más grande o más pequeña.
__ Te llamaré Lucero, como se llama mi pequeña hermana, y serás mi regalo para ella_ Dijo Ydara y montó en su negro corcel alado.
Emprendió un veloz vuelo en medio del infinito cielo vació y pintado de negro y colocó a Lucero en medio de la noche, iluminándola más que a las demás estrellas. Voló de regreso a la montaña y comenzó a ordenas las estrellas en medio de la noche y a lo ancho y largo del cielo.
Lucero salió de su cabaña aquella bella noche y vio una estrella en medio del cielo. Corrió dentro gritando de alegría y emoción:
__¡Padre, madre! ¡Ydara llegó a su destino!
Desde aquella noche la Dama de las Estrellas ordena los astros en los cielos de ambos hemisferios, y sirve de inspiración para los cielos vacíos y oscuros de quienes sueñan con hacer cosas maravillosas e imposibles.
Dión Zagal
|