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Silvana Baeza, hija de panadero. Odia su apodo, “la marraqueta”, con el que todos la conocen en el puerto. La denigra, la humilla, la empequeñece. Silvana sabe que nació para princesa, para reina. En cambio, se encuentra enterrada en aquél fin de mundo, perdida, casi muerta.
Silvana Baeza, dulce, angelical, con habla fina y relamida. No es su voz real, pero nadie lo sabe. La ha ensayado desde pequeña, para parecerse a Audrey Herpburn. Sabe que, si hay un Dios, va a salir algún día de aquél pueblo miserable y ya no tendrá que oír más a su padre, con el cual rara vez conversa.


Madame Monique, organizadora del certamen “Señorita Primavera”, supo de inmediato que Silvana sería la ganadora del concurso. No sólo por su aspecto físico, sino por la recóndita mirada que percibió en sus ojos. Era la indicada para sus planes, no la defraudaría. Mientras se realizaba el desfile en trajes de baño, se acercó a los jueces para manifestarles quién debía ser la ganadora. Y, obviamente, nadie le contradiría una orden a Madame.
Silvana desfilaba con orgullo, estrenando su nuevo rubio, un poco estridente para muchos, glorioso para ella. Gerardo, el novio de la muchacha, percibió con dolor la expresión en el rostro de ella al ser electa Señorita Primavera. Había codicia en sus ojos, un fuego que no estaba antes. Aunque no quería convencerse de ello, en ese mismo instante supo que la había perdido.
La madre de Silvana corrió a abrazarla; más atrás, con mucha dificultad, su padre intentaba llegar con su pesado cuerpo, pero ella deliberadamente no lo esperó; se fue festejando con el gentío que la saludaba y felicitaba. Silvana no quería que la viesen con aquél hombre obeso y desarreglado, panadero, culpable del apodo que la persiguiera por tantos años.


-Sabía que no me ibas a decepcionar, muchacha. Supe apenas te vi que eras como yo. Vas a llegar muy lejos –le dijo Madame Monique a la muchacha, luego de explicarle el verdadero premio del certamen.
-Eso espero –respondió la otra, orgullosa por los elogios.
Madame Monique , en menos de veinticuatro horas, la había transformado de provinciana ambiciosa a arribista desvergonzada; la vistió con pronunciados escotes, colores recargados, adornos y pulseras. Roció sobre su cuerpo el perfume más lascivo que encontró, y realzó sin pudor las líneas de su rostro. La idea era seducir a Arnaldo Stevens, su más exigentes cliente, el mejor pagador, que venía con aquella idea preconcebida que tienen los norteamericanos: latinas sensuales, escasamente vestidas, con mucho maquillaje y cuerpo sudado.
Silvana estaba maravillada con el hotel en que iba a alojar. No había salido muchas veces de Puerto Amable, así que aquella oportunidad era doblemente importante.
De pronto, lo vio: igualito a la foto, tal vez mejor parecido: Arnaldo Stevens, alto, rubio casi albino, con pecas y anteojos. Siempre había soñado con seducir a un hombre de más de 40. Al fin podía ser ella misma, Silvana, belleza entre diamantes, reina del mundo, dueña de lo bueno y lo mejor. Iba a conocer a su príncipe, al que la sacaría de aquél mundito insignificante y omitible.
A pesar de su poca experiencia, a la muchacha no le fallaba la intuición. Sabía como seducir a los hombres, lo único provechoso que sacara de las telenovelas con las que creció. Nunca había dormido en un lugar tan lujoso; Arnaldo le prometió joyas de regalo, y una que otra sorpresa. Silvana, deslumbrada, se derretía por él y por todo lo que representaba. De inmediato comenzó a imaginar una vida de lujos y regalías a su lado, con buena comida, buena bebida y buen sexo.


Gerardo había oído los rumores, pero no lo creyó hasta verlo. Silvana saliendo del hotel más caro del puerto, con aires de princesa, mirando a todos en menos. Y él llevaba en el bolsillo el anillo de compromiso para el cual había ahorrado tanto tiempo. Había llegado demasiado tarde, Silvana ya no era ella misma. Lo supo cuando sus ojos se encontraron, él parado en la vereda, ella junto a Arnaldo, altiva, ya ni angelical ni dulce. Aunque no le dijo palabra alguna, su mirada bastó para que él supiese lo que la muchacha le decía.
Gerardo volvió a su casa cabizbajo. Se tomó varios días en armarse de valor para ir a hablar con Silvana. Aún tenía el anillo guardado, en señal de esperanza.
La interceptó camino a casa. Iba sola, altanera, muy ufana. Miró a Gerardo con cierto desprecio cuando le pidió unos minutos, pero accedió. Se sentaron en un banco y ella lo miró con frialdad.
-Te vi con ese gringo –le dijo él con voz temblorosa. Ella se rió.
-Ah, ingenuo e inocente Gerardo ¡Eres tan tierno! –dijo acariciando levemente la frente del muchacho- ¿aún no te has percatado que ya no soy la muchacha campesina que un día salió contigo? he cambiado mucho en estos días. Ahora soy la que siempre quise ser. Mujer de mundo, princesa. Estoy a punto de irme muy lejos de este pueblo miserable.
-No sé porqué desprecias tanto a Puerto Amable, Silvana. Es un lugar tranquilo, bonito, que nos vio nacer y crecer.
-...Y si Dios es grande, no me verá morir! ¡Porque no pienso quedarme en donde me conocen como la hija del panadero! Yo nací para conquistar el mundo!
-A mi me gusta este lugar.
La muchacha lo miró con cierta resignación.
-Claro, por supuesto. Cómo iba a ser de otro modo, si tu mayor ambición es tener un ranchito con naranjos y duraznos.
-Me gustabas más antes –dijo Gerardo agarrando con fuerza el anillo dentro de su bolsillo, pero sin sacar la mano.
-Ahí esta la diferencia entre nosotros. No lo tomes en forma personal, no eres tú. Soy yo. Soy una aventurera, que nació para recorrer al mundo, visitar los cinco continentes ¡llegar hasta la luna algún día!, comer de lo bueno y lo mejor, vivir en un gran palacio, hacer obras inmortales, ser adorada y envidiada.
-¿De veras te haría feliz todo eso?
-No entiendo tu pregunta.
-Buena suerte, Silvana –respondió él, soltando el anillo dentro de su pantalón.
Gerardo dio media vuelta y se marchó, cabizbajo. Un dejo de compasión se apoderó de Silvana por un minuto y luego, respirando aliviada, se dispuso a regresar a su casa. Fue entonces que una voz habló a sus espaldas.
-Te vas a arrepentir de esto –le dijo.
Una mujer de edad, elegante y bie vestida la miraba de pie. Tenía ojos cándidos y dolidos a la vez. Aunque tenía un aire familiar, estaba segura de que no la había visto antes.
- Te va a pesar haberlo dejado. Nunca volverás a encontrar a otro como él –prosiguió la mujer- Y el amor no es algo que se encuentre a la vuelta de la esquina, te lo digo yo...
-¿Quién es usted? –le preguntó, poco descocertada.
-Ah, chiquilla, chiquilla –dijo la mujer, soltando una risa franca- se me había olvidado esa agresividad tuya.... Tenía la esperanza de que pudieses ver mis ojos y saber quién soy. Yo sé que deseas recorrer el mundo, visitar los cinco continentes ¡llegar hasta la luna algún día!, comer de lo bueno y lo mejor, vivir en un gran palacio, hacer obras inmortales, ser adorada y envidiada...
Silvana calló.
-Yo sé que ése es tu sueño. Ahora piensas que Arnaldo te va a dar todo eso, que va a poner el mundo a tu disposición, porque crees que está loco por ti. Pobrecita niña, tan ingenua. Si supieras que tu única oportunidad sería tomar a Gerardo y salir de este pueblo junto a él, ahora, hoy mismo, antes de que fuese demasiado tarde...pero no vas a querer darte cuenta...lo dejarás quedarse aquí, y entonces lo habrás perdido.
-Usted conoce a Arnaldo? .
-Lo conozco muy bien. Gracias a él estoy donde estoy ahora. No que haya sido él quien me lo haya dado todo, pero si fue el primer peldaño de mi carrera, el que me ayudó a conocer a las personas adecuadas en los lugares indicados. Pero él nunca te va a dar amor.
Silvana volvió a mirar a la mujera los ojos y soltó un alarido.
-Parece que finalmente me recordaste. Soy esa mujer que lleva años recorriendo pueblos, persiguiendo sueños, de ésos grandes, y los alcancé todos. Bueno, casi todos; había algunos sueños que no sabia que tenía.
-¿Cómo es posible que esté aquí...?
-Eso no importa. Para ti, soy como una especie de fantasma; para mi, esto es sólo una parada más en el camino; mañana seguiré mi rumbo, y ésta solamente será una anécdota más. Estoy tan acostumbrada a ver cosas que ya nada me asombra...en cambio tú, aún eres una muchachita.
-Dime....-le dijo en voz baja Silvana, con los ojos humedecidos -...¿llegaste alguna vez a ser reina? ¿al menos, princesa? ¿Conociste algún castillo, algún palacio? ¿recorriste el mundo? ¿En tu extensa peregrinación, viste grandes paisajes, bellas ciudades, exóticas culturas?...
-Fui todo eso que querías ser; conoci todos los lugares del mundo. Y Sin embargo...
La mujer calló un instante; sus ojos se llenaron de lágrimas, luego prosiguió.
-Y sin embargo, soy quien ves ahora. Hace mucho que he sido igual. Nunca fui ni mas importante ni menos anónima. Haz lo que te digo. Ve a buscar a Gerardo y márchense inmediatamente de Puerto Amable. Es tu única posibilidad de ser feliz.
La mujer, al decir eso, se puso de pie y dio media vuelta.
-Es hora de seguir mi camino. Espero sepas apreciar lo que te dije. La vida puede ser muy corta o muy larga, depende de donde tengas puestos los ojos. Aquí el tiempo se consume, se escapa, las cosas se gastan....trata de mirar más alto, y te darás cuenta de que la vida se reduce a una larga y dulce espera...
Silvana vio desaparecer a la mujer en el horizonte y sintió un gran alivio. Su presencia la incomodaba sobremanera. Arnaldo iba a regresar, ella lo sabía, se lo había dicho en la cama, lo buena que había sido. Lo iba a esperar, era su única posibilidad de cambiar de vida, de cumplir sus sueños. A los sueños hay que seguirlos, le decían cuando pequeña, en el colegio. Y eso iba a hacer. No podía tirar todo a la basura por culpa de una desconocida.


Texto agregado el 09-02-2007, y leído por 237 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-05-2007 Desgraciadamente no puedes saber el futuro. Tal vez si se hubiera quedado con Gerardo, el resto de su vida hubiera pensado en lo que pudo ser. En fin, la vida está hecha de elecciones. Excelentemente narrado. kone
16-02-2007 Aunque sigue siendo un cuento muy arquetípico, creo que mejoró notablemente respecto del texto original. Incluyes una frase que me parece muy interesante "había algunos sueños que no sabia que tenía." Me desconcierta aún eso de la posibilidad unívoca de encontrar la felicidad. Es demasiado fácil. Aún teniendo la información de dónde estamos y por qué, si retrocediéramos podríamos intuir que nos iría mejor tomando otras opciones, pero nada nos asegura eso. Tanta predestinación, mmm... Detalle ortográfico, cuida los demostrativos, sólo se acentúan si son pronombre. eride
09-02-2007 Muy bueno. A pesar de las moralejas escondidas. abrakadabra
 
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