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(c) Juan Manuel Torres Moreno http://juanmanuel.torres.free.fr



Para Don Juan de la Cabada:
un recuerdo desde Francia,
(13 años después, pero)
con un gran respeto.


Te han dicho que esta calle es peligrosa y tú lo sabes.

Lo sabes ahora, que ya es demasiado tarde. Te diste cuenta de ello cuando terminabas de pasar la esquina esa que está mal alumbrada y en la que tu última intención de regresar se desvaneció al mismo tiempo que una luna salía tras el plástico velo de cualquier noche de enero.

"Mejor sigo..." -pensaste-, y jamás se te ocurrió que al pensar eso firmabas tu sentencia. Ahora es tarde; cualquier cosa que intentaras sería inútil: tú lo sabes.

El mirar esa esquina te recordó algo, algo desagradable; y sentiste un sudor helado que no llegó a tocarte la piel. Sí, ahí está... al ver esa esquina relacionaste inmediatamente, sin ninguna duda: el mismo lugar del capítulo siete. Lo miraste al caminar nerviosamente y te extrañó tanto parecido.

Miraste el sitio de reojo por última vez y fue entonces cuando lo viste recargado en la barda. No podía ser otro más que él.

Pero... no: debió ser coincidencia, esas cosas no suceden. Trataste de controlarte, de cambiar con tu imaginación la realidad que se te presentaba; por un instante crías lograrlo, sin embargo algo desagradable te dijo que él seguía ahí, tan impasible y demente a la vez: el mismo asesino que leíste en tus cuentos de misterio.

"Esos que a tí tanto te gustan y en los cuales lees y relees las aventuras estereotipadas de la necesaria unidad: la víctima y el asesino.

"Conoces de memoria todas las tramas y los finales de esas novelas, y te has dicho muchas veces que podrías mejorarlas, darles más realismo. Acaso en dos o tres ocasiones has intentado escribir algunos cuentos cortos o algún relato, pero, tu falta de voluntad...

Una descarga de adrenalina te dice que es él. Ahora lo recuerdas perfectamente debido a que en tu última novela memorizaste claramente el fragmento aquel en el que se mencionan sus diferentes maneras de actuar, de acechar, de matar.

"Cuando lo encontraste recargado en la barda de la página dieciocho aceleraste el paso y procuraste pensar en otra cosa. Inocente salida. Ahora sabes que de nada sirvió: el hombre te sigue. Lo reconociste al instante, con su chaqueta oscura que te parece un poco húmeda, un tanto fría. Aunque en tu prisa creíste que le faltaban las gafas, quizá no te fijaste bien: empezaste a caminar tan rápido...

Todo inútil.

Lo presientes en el frío de tus manos, en el temblor de tus piernas, en tus huesos. Sí: en tus huesos lo presientes:

No quiere tu dinero ni tus pertenencias. No es un asalto. Te quiere a tí, porque sencillamente te va a matar.

Empiezas a sentir cada vez más miedo y entonces te acuerdas del párrafo aquel que en alguna ocasión leíste en no-sé-qué-libro:

("Cada vez más, cada vez más, cadáver más, cadáver más cadáver...")

"Un súbito estremecimiento te recorre las vértebras.

"Es la prisa" -argumentas-, pero sabes que es mentira. Un recurso para justificar tu miedo. Tienes un sudor helado que esta vez empieza a mojarte el cuerpo, y el hombre te sigue.

"La víctima comienza a sentir ansiedad y de pronto..."

...Y de pronto volteas por sobre tu hombro izquierdo y alcanzas a ver su sonrisa. La misma cínica sonrisa que te dejó paralizado cuando la leíste por primera vez entre esos apretujados renglones.

"Son los nervios... nada es cierto" -...pero nuevamente dudas porque entonces oyes los mismos pasos de la página treinta y dos. Y ahora además escuchas y reconoces (al leer) el rozar áspero de su chaqueta.

Deseas saber el motivo por el cual te encuentras en esta calle... la calle Chosica, a esta hora precisa; pero la humedad que hay en el asfalto te lo impide: algo muy natural, muy natural en esta época del año.

Quisieras escapar de aquí en el mismo modo en que escapaste de aquel cuento horroroso: cerrando el libro o tal vez cambiando de página. Pensando en otras cosas. Cerrar los ojos y olvidar todo.

Todo inútil. Ahora es demasiado tarde.

"Quizá si te hubieras regresado antes de llegar a esa esquina..."

Después de todo has corrido con suerte: vas a presenciar tu propia muerte. Algo muy natural. Sin embargo renace en tí una esperanza al momento en que recibes en la cara ese vientecillo cargado de luz-y-humo-de-los-autos-en-la-avenida. Ya solo falta atravesar un terreno baldío para salir de esta calle. Ya escuchas claramente el ruido del tráfico de Montevideo: los coches... las luces de los coches... escuchas las luces de los coches: las luces salvadoras.

Avanzas cada vez más presuroso. ("Cadáver más"). Estás por llegar al final (te sientes aliviado). Aspiras profundamente, casi con gusto. El final. Pero esa aspiración te sitúa en la última página del cuento: el desenlace.

Era inevitable que no lo hicieras: los has memorizado tanto... Te reprochas el haberlo leído, el conocerlo todo tan a detalle: esa manía tuya es muy natural: el memorizar la forma de los párrafos, las páginas, fragmentos enteros del texto... Peor para tí. Y en ese momento el aire te parece extrañamente denso, y muy pesado.

Un poste de luz.

El último de esta calle.

Miras tu sombra litografiada en el pavimento... pero no es la única: también miras otra: miras la mía. En este instante comprendes todo y ya no te atreves a mirarme: te das cuenta de que jamás podrás salir de este cuento, y de que todo está perdido... irremediablemente perdido...

Y yo lo sé.

(La calle, 1981)

Texto agregado el 08-02-2007, y leído por 209 visitantes. (0 votos)


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