(c) Juan Manuel Torres Moreno http://juanmanuel.torres.free.fr
Así que me dice usted que piensa subir al último piso... pues siento informarle que eso no será posible, y no porque yo o alguien vaya a impedírselo, o porque haya reglas en el edificio que estipulen que tal o cual persona no puede ascender.
Nada de eso.
El problema es de otro carácter. Para ser más explícito, voy a contarle un poco de la historia de «La Torre», tratando de recordar los detalles más importantes, allá de cuando yo era un chamaco apenas, de esos que acarreaban ladrillos y cemento para la construcción. De esto hacen muchos años: por aquel entonces se solicitaban muchos peones y venía gente de todos lados del país. Algunos llegaban a mirar sólo de curiosos, y luego, como veían que era la construcción del edificio más grande de la ciudad, pues hasta se les olvidaba dónde tenían que ir, y entonces, para que no estorbaran, se le empleaba para trabajar. Con el paso del tiempo siguió viniendo más y más gente aquí al DF. Por las calles del centro, por la avenida Juárez y por Reforma, se veía así como una manifestación. Hasta el gobierno se alarmó, y mandó muchos soldados para que vigilaran aquello... hubo mucho movimiento en aquellos días, mucha tropa en la ciudad. Pero nada: a todos los que interrogaban para ver qué sucedía, contestaban lo mismo: –“Somos albañiles, venimos a «La Torre» a trabajar... Somos peones.”, y así cosas por el estilo.
Los obreros llegaban y eran ordenados conforme a su estatura. Luego, los más altos eran destinados a construir los pisos superiores, ya que estando acostumbrados a la altura no sufrirían vértigos con la consabida pérdida de tiempo y divisas. Luego de reclutar a la gente se iniciaron los trabajos en el mismo terreno de mi abuela, que le compraron a un justo precio, haciéndole ver lo útil que sería tener un rascacielos en el solar. Desde luego ella no llegó a ver nunca ni los cimientos ni la cama de agua (de «La Torre», no de mi abuela por supuesto), porque la construcción empezó muy lenta.
Todo esto que le digo fue lo que ocurrió al principio. Y después el edificio se empezó a elevar, y a crecer cada día un poco más.
Y vaya que resultó alto.
Después de concluidos los cuatrocientos primeros pisos me emplearon en labores de mantenimiento, y un tiempo después ascendí a Jefe de Piso de ascensoristas, desempeñando mis funciones con eficacia y honradez. Creo que a lo largo de todo este tiempo, he subido tantos puestos en el escalafón, como en ascensores en la empresa... hasta que hace unos años, con la recesión todo cambió, y comenzó el descenso escaleras abajo: me pasaron a este puesto de intendencia donde ahora me ve, y de donde no saldré sino jubilado, o muerto, yo creo. Tiene mucho que yo dejé de trabajar en los elevadores, de organizar a la gente, las salidas y bajadas de los aparatos, y de su reparación. Por lo mismo ya me desentendí bastante de lo que ocurre allá arriba. Pero mire, para detalles más exactos acerca del edificio y de sus últimos pisos, acuda a los ascensoristas. Yo ya estoy viejo y todo lo que le digo es por chismes que llegan hasta acá abajo y que alcanzo a oír, ya que no puedo verlo con mis propios ojos; y aun viéndolo, a esta distancia no podría jurar –por ejemplo–, que usted trae lentes o bigote, porque tengo la vista muy cansada.
–¿Qué le estaba yo diciendo?… ah sí, ya recuerdo: le aconsejo pues, que acuda a los ascensoristas: ellos van a diario hasta allá arriba y regresan al final del día cargados de noticias y anécdotas extrañas referentes al edificio; en ocasiones tantas y tan trilladas que su elevador baja tambaleándose peligrosamente debido al exceso de peso. Estarán gustosos en responderle a la pregunta o preguntas que les formule. Pero eso sí, tome en cuenta que siempre han sido muy rencorosos conmigo, por cuestiones de trabajo que ahora no vienen al caso, y que quizás en otra ocasión le platicaré con más tiempo. En cualquier caso, nunca les haga saber que yo lo mandé, o los muy taimados pueden dejarlo encerrado mucho tiempo en su aparato, como les ha acontecido a otros tantos visitantes y que a veces oigo todavía como gritan adentro de los elevadores.
Otra cosa que le voy a recomendar: cuando hable con ellos deberá tener mucho tacto y no creer en todo lo que le digan porque son sumamente mentirosos, muy taimados y les encanta divertirse a costa de los visitantes como usted. Pero aun así, para más datos, deberá preguntárselos a ellos mismos. Porque tome en cuenta que cualquier informe que yo le diera sería solamente una mera suposición, y en el terreno de éstas, con todo derecho, usted puede señalar –también como una mera posibilidad–, otra cosa muy diferente y contraria a lo que yo le diga. Ya estando en esa situación, y para afirmar cosas respecto a los últimos pisos habríamos de confirmarlas; cosa que veo menos que imposible, ya que tendría que ser usted el que suba por las escaleras para ver exactamente dónde anda, qué terreno pisa y en qué piso se encuentra; y a pesar de eso, hasta me parece que la numeración está equivocada o repetida con intención de confundir... nunca he sabido exactamente... lo que sí sé es que perdería mucho tiempo en encontrar la verdadera, si es que existe.
Y por otro lado, si pretende usar los elevadores por su propia cuenta y riesgo, no se haga muchas ilusiones, ni piense que sus problemas estarán resueltos ya que nunca hay nada seguro en cuanto a su funcionamiento. En parte por los problemas que le he contado acerca de los ascensoristas, o bien porque la mayoría de las veces no dan servicio en días hábiles, o si lo dan, es fuera de horas de oficina. Esto es algo que molesta al público, yo lo sé y todo mundo lo sabe; y es la razón principal de que pocas personas visiten esta torre a pesar de que cuenta con múltiples oficinas del gobierno y de las compañías de seguros. En numerosas ocasiones se ha tratado de quitar de sus puestos a esa gente inconsciente de los elevadores, pero aún impera el burocratismo; y lo cierto es que tienen muy buenas relaciones con la gerencia de la empresa, y así, pues es muy difícil el tratar de hacerles algo, o al menos de obligarlos a que trabajen correctamente... ¿Qué me dice usted? no, no y no: no es nada de lo que me dice en absoluto: déjeme terminar de contarle la verdad... viéndolo bien ellos no tienen toda la culpa. Todo este desgarriate es el resultado de un error. Tal vez una simple equivocación. Como habrá oído decir, que el diablo dondequiera mete la cola: pues aquí no debía ser una excepción. El plano del edificio tiene un defecto que hasta ahora no se ha logrado aclarar si fue a propósito (con lo que se dice ahora muy mala leche), o un error inintencional por parte de los ingenieros contratistas. La verdad es que ese error a sido el causante de todos estos problemas, y de muchos otros. Y lo peor del asunto, creo que ese error ya nunca se va a aclarar, porque los únicos que lo podrían hacer serían los ingenieros mismos, y estos, por desgracia, han olvidado todos los pormenores de la obra y no admiten la menor reclamación. Ya sabe usted cómo son esas gentes. En realidad el error es muy simple: en la totalidad del edificio, los planos no marcan por ningún lugar cuál es el número final de pisos que debe tener la construcción. Ahora debe comprender más claramente la situación de «La Torre»–: no se sabe ni cuántos pisos llevamos construidos, ni cuántos nos faltan por hacer. Bien puede ser que ya sean varias decenas, o incluso centenas de pisos, pero así va a continuarse construyendo sin tratar de llegar nunca a un número límite. En otras palabras, como intenté decirle desde el principio pero que usted –con toda su averiguata de los pisos, elevadores, subidas, bajadas y demás–, no me dejó aclararle: señor, usted nunca podrá llegar al piso del mirador, porque sencillamente todavía no existe.
Lo siento joven, pero es todo lo que puedo informarle. Estoy muy viejo, conozco poco de los pisos de arriba y además, no necesito andar indagando sobre lo que ocurre por allá. |