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Bonita fogata. No podría ser mejor. Un río, estrellas sin luna, vino, guitarra, mujeres. Todos estábamos con pareja. Cuatro amigos compañeros de curso, y cuatro amigas que conocimos acá, y todos amigos entre nosotros. Nuestro sueño, desde que empezamos a carretear juntos.
Todo estaba saliendo de maravilla. Nosotros cuatro nos habíamos juntado la tarde anterior, cerveza en mano, para planear esta noche. A ellas las habíamos conocido hacía una semana, y todos los días íbamos a verlas a su campamento, a unos doscientos metros de nosotros. Todo fue perfecto desde el primer día. Al principio almorzamos todos juntos, hablando de nuestras vidas y otras cosas como siempre. Pero después, sin ningún tipo de discusión de por medio, se formaron las parejas. Tal vez pecamos de estúpidos por no hacerlo antes, pero era como costumbre esperar hasta el viernes. El maldito fin de semana, penando incluso en nuestras vacaciones.
Y aquí estamos. Dos garrafas que compramos en Rivadavia, las tres cajetillas que nos quedaban del cartón que habíamos traído de Rancagua y el maravilloso fuego del valle, iluminando la oscuridad de la rivera del Elqui. Todo es perfecto. La brisa nocturna hace que la Pame me abrace, obligándome a dejar de tocar guitarra a fuerza de besitos y mordiscos. Tiene frío. Yo no, pero la abrazo de todas formas, tiritando a la fuerza. Todos siguen nuestro ejemplo. La Pame me mira con cara de complicidad. Nadie sospecha que nos habíamos transformado en algo más que amigos hace algunos días.

II

Esto se está muriendo. Con la Pame estamos bien, pero parece que al resto se les acabó la conversa. Las mujeres cuchichean entre ellas, y mis amigos tratan de unirse a las copuchas. Imposible, por supuesto. Fútbol y ex-pololos salen a la mesa, ambos muy malos temas en momentos como este. Miro a la Pame. Algo me dice que esta noche podría terminar pronto, que es lo último que quiero. Parece que la Pame tampoco quiere dormirse temprano, porque se le ocurrió una excelente idea: historias de terror. Qué mejor para hacer que las parejas se abracen de nuevo. Lo malo es que yo tengo que empezar. En este momento, con mi mente en un lugar completamente diferente, no me acuerdo de ninguna. Hago un poco de teatro, tomando vino lentamente. Saco un cigarro y con toda calma lo prendo en la fogata. Logro que todos me pongan atención, en ese ambiente de misterio que sólo surge con la noche y el fuego. Invento una historia que hasta a mí me dejó tiritón, tomando partes de mi vida y haciéndolas extrañamente trágicas y diabólicas. La historia en sí quedará para el cuaderno negro. Debo agradecer al vino por ese arrebato de creatividad. Y todos deben agradecerle al vino, porque todas se abrazan a mis amigos con cara de espanto. Nosotros, obviamente, con la mejor de las sonrisas. Pero nos duró poco. No contábamos con la admirable capacidad de las nortinas para contar historias. Era increíble como parecían ponerse de acuerdo para hablar de duendes y almas en pena que rondaban el Valle y sus alrededores. Contaban cómo el Diablo montado en su caballo negro recorría la rivera del río buscando almas para comprar con uno que otro placer terrenal. Hablaban como por turnos perfectamente marcados. Era como escuchar hablar a una sola persona, pero desde diferentes partes del círculo. El solo escuchar la misma voz saliendo de diferentes partes daba susto.
La Pame terminó contándome la historia solo a mi, así como sus amigas terminaron contando la historia sólo para sus parejas. Todos ganamos, y creo que nadie se arrepintió de lo que pasó después, un poco mas alejados de la luz de la fogata.

III

Dentro de su saco , ya no sentíamos frío. Hasta el susto que su historia me causó se había ido. Me sentía perfectamente seguro teniéndola en mis brazos, como si ella fuera el talismán contra todas las maldiciones. Ya era un hombre de nuevo. Me preguntó si le creía. Traté de evitar la pregunta para no herir sus sentimientos. Sabía que ella era muy supersticiosa, y no me sentía con ganas de discutir sobre creencias religiosas o mágicas. Era el momento para relajarse, abrazados, hablando despacito, muy cerca el uno del otro. Era un momento romántico, donde la única discusión posible era quién estiraba el brazo para sacar un cigarrito. Ella no parecía verlo así. Me dijo que lo creía, y me pateó fuera del saco cuando me reí. Traté de disculparme, pero lo único que logré fue que se llevara el saco de dormir a su carpa. Y con ella adentro, que era lo que más me molestaba. Y ahí quedé yo, vistiéndome a tropezones con la escasa luz que daban las brazas que todavía ardían en la fogata. Logré distinguir las figuras de mis amigos y una que otra risita femenina. En la carpa, la Pame conversaba con alguien. Supuse que el Jaime para variar se había quedado dormido. Así que tomé mi guitarra y una garrafa y empecé a caminar hacia nuestro campamento, iluminado sólo por la tenue luz de las estrellas.
El camino parece más largo de noche, pero la garrafa que traje me ayuda a hacerlo más ligero. A estas alturas del partido ya estoy bastante alcoholizado. Trato de recordar todo lo que habíamos hablado con la Pame, especialmente la historia, para sí poder disculparme cuando me haga el almuerzo mañana. Pero a pesar de mis esfuerzos, el mismo vino que me había ayudado a crear la historia más terrorífica que jamás haya escuchado, logró que olvidara la mayor parte de lo que ella me había contado. Sólo me acordaba de pedazos, mezclados con sus sonrisas y sus besos.
Ya he caminado mucho. Mucho mas que la distancia que separaba los campamentos. Creo que me pasé. No. Creo que estoy perdido. Y aparte de perdido estoy cansado, y además curado. Me siento en una piedra a descansar y tratar de ubicarme mejor. Miro hacia arriba, pero las estrellas se ven doble. Ni siquiera sé para que lado está el sur. Lo único que sé es que si sigo avanzando, más me alejo de la Pamelita. Prefiero devolverme.
Caminando de vuelta, se me quitó la sed, aunque seguía con la boca seca. El urgimiento fue mas poderoso incluso que la borrachera. Sentía que había caminado medio valle, pero no veía ni escuchaba nada. Sólo el agua del río y uno que otro grillo, chicharra o quién sabe que mierda. Me vuelvo a sentar, esta vez en el suelo, en un claro de arena a la orilla del camino. Pienso en la Pame, y en que voy a tener que dejarla pronto. Se me acaban las vacaciones. Es la primera vez que siento abandonar a una mina que conocí en el verano. Siempre en las despedidas era lo mismo: "llámame cuando llegues a tu casa", o "Piensa en mi y no me olvides". Me daban el teléfono con una florcita o un corazón dibujado al lado. Pero por muy agarrado que yo hubiera quedado, nunca llamaba. Hey, era por el verano. Pero con ella es diferente. Me imagino la despedida, y soy yo el que anota el teléfono y dibuja corazoncitos. Soy yo el que le pide que me llame y que no me olvide. En pocas palabras, creo que estoy enamorado, y no me importa si ella no siente lo mismo, aunque estoy convencido que sí.
Termino por resignarme a mi estupidez. Sigo la arena hasta la orilla del río, y pienso dormir aquí. Total no hace tanto frío. Con lo poco que veo, logro juntar un pequeño montón de ramitas secas. Con unos pañuelos desechables enciendo una fogatita. Ahora veo un poco mas. Tomo otras ramas mas grandes y las tiro al fuego. No es la gran cosa, pero al menos mantendrá alejados a los bichos, creo.
Ni siquiera tengo sueño. El prender la fogata hizo que me activara. Eso, además del susto. Trato de calmarme. Tomo unos tragos de vino y pesco la guitarra para cantar una canción. Son pocas las ocasiones que tengo para hacerlo, porque como soy terriblemente desafinado, tengo que necesariamente estar solo y evitarme así las pifias y los reclamos. Era como si algo me empujara a tomar la guitarra y cantar. Cuando comencé, supe que ya no me podría detener hasta terminar la canción. Era algo que simplemente tenía que hacer. Mi sincera opinión: esta fue la vez que mejor he tocado en toda mi vida. Tal vez fue consecuencia del vino. No sé si la voz habrá sonado igual, pero la guitarra parecía cantar sola. Cuando terminé de tocar, no sabía si asustarme o aplaudirme. Fue realmente extraño... pasos. Escucho pasos. Alguien se acerca. Pienso en el Diablo, y toda la historia que la Pame me había contado y que un momento antes no podía recordar apareció como una fotocopia en mi cabeza: fea y en blanco y negro. No me sale la voz. Estoy realmente asustado. Una dulce voz me saca del congelamiento. Era la Pame. Me dijo que era lo más hermoso que había escuchado en su vida. Le dije que era lo más hermoso que había tocado en mi vida, porque estaba pensando en ella. Se acercó lentamente, caminando a pasitos cortos dentro de su saco. Se sentó a mi lado y me dio el beso mas rico que jamás me han dado. Ya no quería que dejara la guitarra a un lado. Es mas, me pidió que tocara otra. Escuchamos pasos. En realidad no importaba si era el Diablo o no. Estábamos mucho mas allá de eso. Poco a poco fueron llegando los otros. Estaban asustados por la canción. Pensaron que estaban penando. La Pame fue la única que me reconoció la voz. Echamos mas leña al fuego. Trajimos el vino y los cigarros. Mas tarde, los sacos de dormir.

Texto agregado el 08-02-2007, y leído por 234 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-03-2007 Me pareció que hay momentos en que se pierde la intensidad del discurso, en parte porque yo como tu lectora, espero esos brotes de risa que no llegaron, y lo admito, no tiene porqué ser siempre así, pero quizás sea lo que más me gusta de tus textos y el porqué éste no me cautivó. No obstante, destaco algunas cosas que me hicieron reflexionar, esto de esperar al viernes como un ritual, supongo que tiene un rollo de fondo que merece ser reflexionado, así como esta idea de que es mejor no decirles la verdad para no inoportunar la situación, pero hasta qué punto no se vuelve un autoengaño y talvez subestimar al contrario, al respecto pienso que es parte de que la mujer no quiere salir de su sitio para repensarse y ser otra. ednushka
12-02-2007 Ahora si que te creo y aplaudo.Linda experiencia. Mis estrellas del valle para ti. pantera1
 
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