En este momento, todo es absurdamente pequeño. No es importante pensar en qué nos llevó a esto, ni es importante pensar en las consecuencias. Bastó un cruce de miradas, un mutuo entendimiento que no necesita palabras. Estamos haciendo una locura, algo que nos costará caro, muy caro. Pero, pensándolo bien, somos nosotros los que tenemos más para perder.
Pero lo hicimos, porque el impulso del corazón a veces es más fuerte que el impulso de la razón. Y nos perdimos, nos regocijamos en lo que seguimos haciendo. ¿Seguiremos haciéndolo?.
Al principio, sentimos culpa, que golpeaba como una punzada en el estómago, una punzada por la falta de prudencia, de orden, por la violación de éste, pero luego nos pareció natural, uno de esos placeres culposos por los que es mejor no sentir culpa, pero ahora no importa.
Porque ahora, todo está por acabar, y aceptamos sin dudar que es verdad que nada importa, por lo menos por un instante mágico, nada importa. En fin….
Valió la pena dejar de estudiar para mirar la tele.
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