Ese día, quise olvidarte de una vez por todas. Me emborraché. Creo que el medio que utilicé para olvidarte no fue el mejor, porque lo único que logré fue que tu recuerdo fuera más y más fuerte. Me puse muy mal. Lloré como nunca. Te maldije. Me dije a mí misma que tú eras, al mismo tiempo, lo mejor y lo peor que me había pasado en la vida. Después de calmarme, te llamé…
El resto de la historia ya la conoces. Como reconociste mi número, me saludaste con un “Hola, Juana”. “Hola”. Eran las dos de la mañana, por lo tanto, me preguntaste por qué te llamaba tan tarde. No supe disimular. “Estás borracha”, me dijiste. “Tengo que preguntarte algo”, te respondí. Qué. Era algo que hace mucho tiempo me rondaba la cabeza. ¿Tú de verdad me amas?, dije después de mucho titubear. Tu respuesta fue definitiva:
“Tuuu tuuu tuuu”
Esta es la parte que no conoces…
Al otro día, no sé por qué tuve la extraña impresión de que esa respuesta era producto de la batería baja de tu celular. Esperé tu llamada todo el día. No me llamaste. A las diez de la noche, tomé una decisión importante. Busqué todo: fotos, cartas, mails, recuerdos, besos, abrazos, caricias, palabras, promesas. Los hojeé por última vez. Los metí en una cajita. Me fui al cuarto de San Alejo, a ese donde se guarda todo lo que no sirve pero por alguna razón se conserva. Allá la dejé. No la boté directamente a la caneca a ver si un día de estos me vuelve a servir, al menos para poder abrirla de vez en cuando y asi, ser masoquista recordando todo lo que fuimos y tal vez, ya no somos ni seremos y, no entiendo por qué, esperando a que, algún día, me des la verdadera respuesta. Aunque ya la conozco.
Pero recuerda, lo que entra al cuarto de san alejo difícilmente sale, y si lo hace, se va directamente a la basura. |