El haz de luz se clavó en su ojo. El joven intentó abrir el ojo pero no pudo. Se mantuvo allí, en la cama, boca arriba, poseído por esa sensación de no estar solo.
Saltó, encendió la luz y se agachó para observar por debajo de la cama. Ahí estaba, era uno de esos micrófonos que se simulan como fibrones, estaba junto a una pata. No lo tocó. Lo dejó en su lugar. Debe ser parte del experimento, pensó.
Sin en algún momento había dudado de que realmente estuviese envuelto en un experimento, ahora, lo confirmaba. Nunca supo bien por qué fue él elegido para ser parte del experimento. Siempre se supo especial, una variante extraña de ser humano, pero nunca llegó a considerar que quisiesen experimentar con el.
Había comenzado con algunos hombres haciéndole señas en la calle. Saludándolo, indicándole que calles debía tomar, o a dónde se debía dirigir. No tenía muchos amigos, pero los pocos que tenía también estaban involucrados en esto. Un gran experimento.
Confirmó que era parte de un experimento, que no era víctima de su imaginación, cuando comenzó a recibir mensajes a través de los diarios, cuando le comenzaron a indicar cosas a través de las luces de los autos y cuando se dio cuenta que en su casa había cámaras microscópicas.
Después intervinieron el televisor, la radio, el teléfono, su casilla de mail, sin lugar a duda una alta tecnología se está desplegando para estudiarlo, esto es casi inconcebible; si no fuese porque es tan tangible, tan claro, pensaría que es mi imaginación.
Dejó el fibrón en su lugar y fue a lavarse los dientes.
Se miraba en el espejo, de la boca le chorreaba la baba blanca de la pasta dentífrica. Otra vez las voces. No podía distinguir bien si las voces salían de su interior o de pequeños parlantes en su alrededor. Lo que sabía era que su ropa, su casa, tenían micrófonos, porque podía hablar con las voces, conversar. Había una voz, una voz en especial. Era la voz de un hombre, tal vez la voz mas importante del experimento, era un hombre, el sabía que era flaco, abandonado, que usaba alpargatas y pantalones de jean y camisa de jean y que tenía el pelo lacio y un bigote retobado. No lo conocía pero sabía que era así. Eran sus percepciones. Podía saber cosas de maneras insólitas. Tal vez esa sea una de las razones por la cual habían elegido estudiarlo.
La voz del hombre era una voz gruesa, firme, algo altanera. Le revelaba cosas de su pasado, le revelaba cosas de la realidad.
El sabía que a cierto punto de esa historia el hombre lo estaría esperando en algún lugar, alguna noche, o tarde, y que por fin se encontrarían y que ese encuentro iba a marcar un fin. Un fin y un comienzo. Que con eso terminaría la experiencia. Lo dejarían tranquilo.
Le parecía interesante el hecho de participar de eso. Eran innumerables los acertijos, las relaciones que debía establecer durante el día; debía darse cuenta de los mensajes y seguir lo que ellos indicaban, de eso dependía todo; era emocionante, pero era terriblemente cansador, exhaustivo, y no veía la hora que aquello termine. Así que comenzó a buscar al hombre con mayor vehemencia.
Buscó al hombre por locales de ropa, en bares a la noche, en la estación ómnibus; era impresionante la cantidad de gente que habían congregado para el experimento, mucha plata se debía estar gastando, seguramente el era el primero en formar parte de algo así, y eso era porque era un espécimen especial de la especia humana, un raro, una especie de genio. Era impresionante la cantidad de gente que habían reunido para formar parte de aquello. En todos lados recibía señales; sonrisas, indicaciones con las manos, miradas, gente que se le acercaba; cuando compraba algo había señales, cuando se sentaba en algún lado había señales, todo lleno de cámaras, de micrófonos. Lo más complicado era que las señales iban cambiando de un día para el otro, por ejemplo hasta hace unos días la luz amarilla de giro de los autos era un guiño de ojos, una señal de que estaba haciendo las cosas bien, ahora, la luz amarilla de los autos significaba una sonrisa, era también una señal de que los científicos estaban alegres con él, con su rendimiento, pero no fue fácil darse cuenta que no era un guiño de ojos sino una sonrisa, y esas cosas, eran importantes de saber, de darse cuenta.
Terminó de cepillarse los dientes. Se quedó inmóvil un momento, mirando el espejo; definitivamente, detrás del espejo también había una cámara.
- basta, corten un poco – dijo, esperando que los
científicos dejaran de acosarlo un poco, le dieran un poco de paz, pero los científicos estaban tan apasionados en la búsqueda de sus verdades, en la exploración de nuevos descubrimientos que no lo dejaron en paz.
Para mantenerse al margen, un poco alejado de aquella realidad decidió no encender el televisor y la radio, formas en los científicos se comunicaban con él. Se preparó un te con leche, comió vainillas. Se quedó pensando porque le habían pedido que se vista de soldado para ver aquella película, siempre había querido ser soldado, a lo mejor por eso. Hundía las vainillas en el té y comía. Las voces se apagaron. Pensó que a lo mejor todo había terminado. Por favor, pensó. Se sirvió otra jarra de te con leche y siguió comiendo, un rato más; miró el reloj, a las once le instalarían un aire acondicionado, hacía mucho calor, el experimento y el calor lo estaban demoliendo. Con el aire acondicionado el calor mermaría ¿serían los instaladores también parte del experimento?, eran las diez y cuarto, todavía faltaba. Recogió la vainilla y esta se quebró cayó y quedó flotando en el liquido verdoso. La tomó con los dedos y la engulló.
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