Helena ha muerto, Paris también, al igual que tantos otros; también hay esclavos y vencedores, aunque estos se pierden en la bruma de otro cuento aún más tétrico, para purgar sus pecados; el vagar inconsistentemente, creyéndose héroes y señalándose a sí mismos, reconociendo que una farsa jamás será una victoria, una mentira es una mentira.
Mas la pluma de algún soñador transforma sus ruegos de acabar en odas de triunfos; como cuando Ulises llega a casa, vence a todos y quieren convencer que con su edad Disfrute la victoria de haber abandonado todo por seguir el sueño de otro.
Una sonrisa, en los cadáveres de los amantes, muertos y nadie los venció.
Un fuego a lo lejos, es el faro de los ciegos que ven; pelean ejércitos contra ellos mismos, y no se apaga la llama, aunque ya no está alumbra esa parte oscura del alma donde el recuerdo la mantiene viva; y un suspiro cede ante una taquicardia, un oasis impenetrable, VIP, de gente común que dejó de soñar para actuar aún a costas de la misma existencia, por que ser sin estar es no haber nacido y morir por lo que se debe es ganar y vivir donde los campeones, donde las traiciones no son, nunca fueron y no serán.
El espíritu cambia dos monedas de oro, por cada lágrima, y él espera, y ella espera; y son dos con un mismo camino y un mismo final, coraza y espada de la misma armadura.
Como una rara especie de ser hermafrodita de dos cuerpos en uno y en dos lugares distintos a la vez, como la luz de la vela, una llama de dos colores que no son separables y se apagan juntos…
|