Impotencia por cambiar lo que la cobardía misma no deja accionar; una fuga de transiciones hijas del fruto de la vanalidad y vaciantez del mismo ser; variante del motivo mismo que la potencia, la ira, vuelve los ojos de sus hijos contra sí mismos. Pero ni la destrucción del mundo, drama, problema; calmarían las ansias de final, no es anhelo del daño ajeno, no, es el inicio de la autoeliminación, comenzó cuando tembló para hacer lo que debía y ahora, sumida en su infierno privado, araña las paredes de su propia ignorancia, viéndose una y otra vez frente al mismo espejo donde las acciones se repiten y un eco de debiera carcome la conciencia.
Risas que huelen a pesadillas que nadie provoca, y sin embargo, allí, expectantes, esperando la caída; meras imitaciones del juicio interno del reo que no acepta su propia renuncia, su paso al costado, su propia mano cortando las venas y atando la soga que lo sentencia a aletear mientras gota a gota se desvanece el ultimo hilo de paz que quedaba guardado en algún rincón de lo que fue llamado Ser Viviente, Pensante, Libre. Con los pasos con espinas que lejos de herir a quien patea, enllaguecen el sendero y desvían, y retardan, la llegada al descanso, y un asiento no es más que una inmunda piedra desnuda que anticipa otros mil kilómetros de penas, con los dientes apretados y la mirada expectante de otra victima para reflejar el sentimiento a uno mismo.