La veo sucia, encadenada, maltratada,
y yo, indemne, pero con la furia ciega
acometiendo mis visceras, cual tambores salvajes,
me desespero buscando el resquicio improbable
para acudir al instante en su rescate.
La veo tan desmejorada, tan débil, tan bella
que mis ojos se anegan de lágrimas furiosas,
quisiera arremeter como toro embravecido
para salvarla de las garras de la infamia.
Espantado, la veo ya en el cadalso
y el verdugo preparando con mano diestra
los crueles instrumentos de tortura,
la veo sonreír pese a todos los tormentos,
sus ojos se iluminan, ya que su fe es poderosa.
Cuando las llamas intentan apagar su propio fuego,
brinco al instante, con salvaje gesto y me abalanzo,
sin medir ni consecuencias ni distancias
y alargo mi mano hasta encontrar la clave del alivio,
la solución más valedera y con dedos trémulos
busco otro canal para no contemplar nuevamente
el martirio de la mil veces torturada Juana de Arco…
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