No conocí mucho a mi abuela, gran parte de mi infancia estuve con ella pero su deteriorada mente no me reveló jamás sus memorias, lo único que nos unía eran esas largas tardes en su cocina escuchando su vieja radio.
Junto a ella nos sentábamos durante horas en las que se llenaba el aire con antiguas zarzuelas, valses y pasos dobles. Me gustaba observar a mi abuela tarareando las canciones con la mirada extraviada quien sabe en que mundos.
Una sombra cubría sus ojos otrora azul intenso y su rostro hermoso se estremecía con constantes temblores que no lograban alejar su dulzura.
Por eso ,hoy que vengo por última vez a esta casa, me he sentado en el sitio de costumbre observando la silla vacía de mi abuela y he encendido la radio.
Cierro los ojos y me dejo llevar por esta música de antaño, que me hace recordar las cosas que nunca viví.