En realidad, esa había sido una tarde cualquiera, común y corriente. Hasta que puso la taza de café ya vacía sobre la mesa. Entonces me vio a los ojos y comenzó su monólogo.
—Creo que debemos terminar. —me dijo, sin apartar la mirada
No pude decir nada...
—Las cosas ya no son como eran antes, te noto bastante perdido y ya no me cuentas nada. Supongo que te sientes solo, y pues, yo también.
Quise entonces tomarla de la mano, pero me pareció ver que en sus ojos ya no brillaba aquella luz que alumbraba mis días tristes. Miró entonces a su alrededor, como escudriñando entre la multitud un rostro que justificara la decisión que había tomado.
—Además… hay alguien más. —Las lágrimas entonces brotaron sin que yo las llamara.
Alcanzó a susurrar un débil “lo siento” antes de perderse entre el mar de gente que cruzaba la céntrica calle en la cual aquel cabaré se ubicaba.
De ese acontecimiento solamente quedan las cicatrices de mi primer amor, de la primera mujer que me inspiró a tratar de ser mejor, que me impulso a soñar… y la misma que con el mismo ímpetu me derribó de un solo golpe
No se por qué tuve que recordarlo esta noche, ni sé por qué lo comparto con todos ustedes, pero realmente ya no importa. Me gusta pensar que soy un punto en la nada, que soy una estrella solitaria, un vagabundo de los planos astrales, en un constante déjà vu… y que éste espacio virtual es nada más una memoria de que estuve vivo alguna vez, en algún lugar.
Es raro, pues no me di cuenta de cómo o cuando comenzó todo esto. Este juego del gato y del ratón. Entre nosotros no había nada. Ninguna amistad, ningún antecedente. Solamente un par de cosas en común, varias risas perdidas y uno que otro atardecer frente al mar. Solamente eso. Ah, y un corazón roto. Casi lo olvido. Por favor, no hagan caso de las lágrimas que en este momento me acarician el rostro. Son solamente la memoria de un pasado distante que mi yo egoísta se niega a aceptar.
¿Que si recuerdo el día en que la conocí? Sí, claro que sí. Esas cosas sin duda no se olvidan fáciles. Estaba yo sentado en los pasillos de la universidad, esperando a nadie, mientras leía una pieza literaria de poco valor y muchos suspiros. Por alguna extraña razón levanté la mirada, esperando encontrar entre la agitada multitud que subía por las escaleras un rostro familiar. Y entonces, de pronto, apareció ella. Sinceramente, su figura me intimidó. Tenía aproximadamente un metro setenta de estatura, y un cuerpo muy bien proporcionado. Su blusa celeste combinaba muy bien con el ajustado pantalón de mezclilla que usaba ese día. Claro, también sus ojos. Me llamó la atención aquella chispa vívida e inocente que sus pupilas despedían. De pronto se rompió el silencio.
—Hola. —dijo ella, con su sonrisa de cristal.
—H-hola…—susurré, en una voz apenas audible.
— ¿Te sucede algo? No suenas muy bien—respondió.
Quizás pudo ver el dolor que me consumía por dentro, tal vez notó en aquel “hola” el temor de mi alma. No lo sé hasta la fecha.
—No, no pasa nada. —dije, aclarando un poco la voz para disimular el nudo en mi garganta. Estoy bien.
—Lo siento. — dijo apenada. Es que me pareció que estabas triste.
—No es nada, es algo sin importancia. — aseveré en un tono resuelto, para convencerla, y en parte, también para convencerme. Es que estaba concentrado en mi lectura.
Ahora que lo pienso, fue una excusa patética. Pero bueno, cualquier cosa era mejor a exponerme.
— ¿Y qué lees?— me preguntó con genuina curiosidad. Se ve muy interesante ¿no?
—Sí— algo, me apresuré a contestar. Es de un pobre diablo que pretende cambiar el mundo…
—Ya veo. Le deseo mucha suerte— Sonrió alegremente. Seguro no es una tarea fácil.
—Ya lo creo—dije con ironía.
Desde ese momento de extraña fascinación y embeleso, fuimos muy cercanos el uno al otro. Pasábamos tardes tirados en el pasto, viendo cómo la noche lentamente abrigaba aquella triste ciudad. En algún momento pude notar, sin que ella se diera cuenta, como de sus ojos escapaba una lagrimilla, la cual enjugaba rápidamente. Entonces yo callaba, y pensaba. Ella se quedaba en silencio, dibujando figuras infantiles en el pergamino nocturno, y yo, pensando en lo afortunado que sería si un día el destino me pusiera a su lado como algo más que un buen amigo…
Así concluía la entrada de ese día en su bitácora. Suspiró un poco y entonces miró a su alrededor. La mesa del comedor estaba desordenada, había muchos papeles insignificantes en los muebles, poemas, para ser preciso. La triste luz de luna que entraba por la ventana le daba a todo aquello un aire fantasmagórico. Revisó entonces los comentarios. Lo mismo de siempre. Unos lo felicitaban, otros, la mayoría anónimos, le decían que era un perdedor sin vida, pero en fin, nunca se puede quedar bien con todos, se dijo. Procedió entonces a apagar su ordenador, no sin que antes una memoria se hiciera presente…
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