¿Tienen algo que ver el famoso detective Sherlock Holmes y el matemático, geógrafo y semiólogo estadounidense Charles S. Peirce? Pues lo tienen, y es en su método de investigación. “¡Ah!”, pensará alguno, “claro, aquello de la deducción”. Pues no. Señoras y señores, Sherlock Holmes no deducía nada, pese a que presumía de ello. Holmes usaba como define Peirce la abducción.
"¿Pero eso no es cuando te secuestran los extraterrestres?"
Bueno, sí, usan ese término (está incluso en el diccionario de la RAE), pero también se usa en filosofía con otro significado. Y las teorías de Peirce son anteriores a la invasión de la tierra por parte de alienígenas. En este caso, la abducción es una forma de adquirir conocimiento en el cual influye –y mucho- la intuición.
“¿Intuición? ¡Pero si Holmes era super-científico!” Cierto, lo era. Y también Peirce. Y para nada es incompatible. “Pero... pero... ¿qué rayos es eso de la abducción?”
Bien, antes debería aclarar que la famosa deducción que tanto se une a Holmes es simplemente una ordenación del pensamiento. Mediante un silogismo deductivo no aprendemos nada, todos los datos se encuentran en sus premisas. Es decir, no aportamos nada a lo que ya sabíamos. En la inducción sí que lanzamos una hipótesis con la vocación de convertirse en regla, aunque esa hipótesis puede ser cierta o no (por ejemplo: Si tengo un puñado de judías blancas, y sé que son de ese saco, puedo inducir que todas las judías de ese saco son blancas. Naturalmente, esto puede ser falso, con tan sólo que haya una judía negra, mi hipótesis se va a la mierda). En la abducción lo que se realiza es una conexión entre los datos que tenemos uniéndolos. Para seguir con el ejemplo anterior: tenemos un puñado de judías blancas, tenemos un saco de judías, luego abducimos que esas judías pertenecen a ese saco. Naturalmente esto puede ser falso. Pero esa conexión nos hace avanzar, seguir investigando y, si lo conseguimos demostrar, habremos añadido datos en la investigación.
Cuando un detective estudia las pistas, realiza constantemente conexiones de ese tipo. Une sus conocimientos técnicos y teóricos (la premisa mayor del silogismo) con los resultados que se encuentra (las pistas) para elaborar el caso concreto y entender así qué ha pasado. Algo similar hacía un médico antaño, cuando no disponían de tantos medios técnicos: los médicos estudiaban los síntomas y, aplicando sus conocimientos, abducían cuál era el problema. Es por eso que la intuición –tan denostada por según que científicos- cobra aquí una vital importancia: usándola sin rubor, lograremos ‘conectar’ los datos allí donde la deducción no aporta nada y la inducción no sirve.
“Vale, mira, es curioso, pero... ¿a qué viene todo este rollo? ¿Qué tiene que ver con Blanquita?”
Pues tiene que ver en que, en el arte del artículo de opinión (género con el que nuestra compañera nos regala cada semana) la abducción se hace presente y necesaria. A pesar de que el artículo de opinión (o columna, como prefieran) es considerado por algunos como un género menor (como si se quedara a medio camino entre el texto literario y el ensayo, sin llegar a la altura de ninguno de los dos), la realidad es que el buen articulista ha de tener, ante todo, una desarrollada intuición que le permita abducir los datos, los hechos, las anécdotas, las noticias, sus propias vivencias para explicarnos qué pasa, qué ha pasado. Cual Sherlock Holmes investigando un caso, cual científico desarrollando una investigación, cual médico averiguando qué padece su paciente, el escritor lanza al mundo su teoría sobre lo que ha ocurrido enlazando esos datos que al común de los mortales se nos habían escapado.
Y así, al igual que los personajes de Conan Doyle se quedaban mudos de asombro ante las certeras conclusiones del inefable Holmes, nos quedamos los lectores ante los aciertos de un buen artículo de opinión (“¡Sí, sí! ¡”Qué razón tiene!”) como los que nos escribe Blanquita. Sirva, pues, esta torpe explicación mía como homenaje a nuestra compañera de web.
¡Feliz Cumpleaños!
Nota: Para los curiosos, os informo de que existe un librito llamado “Sherlock Holmes y Charles S. Peirce”, de Thomas A. Sebeok y Jean Umiker Sebeok (Paidós, 1987) de donde saqué los datos usados en este artículo. Allí encontraréis muchísimo mejor explicado, y con abundantes anécdotas y casos, la teoría de Peirce de la abducción y su relación con el método de Sherlock Holmes. Es un libro de apenas 100 páginas, recomendable, ¡por supuesto...!
Moebiux, 2004
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