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EL DIA MÁS HERMOSO
Ya habían transcurrido cincuenta minutos y aquel hombre aún permanecía sentado. No se había movido de ese lugar, y aunque lo deseara no era el momento adecuado para hacerlo.
La espera se hacía eterna. Esos pocos minutos se estaban convirtiendo en los más largos de su vida; sin embargo en él cabía la remota esperanza de que la tortura por fin terminaría, y el dolor, la angustia y el pesar pasarían al olvido para siempre. Fue esa esperanza la que mantenía a Pérez en ese lugar.
Sus manos temblorosas secaban constantemente el sudor que caía de su frente. Se preguntaba si en la silla eléctrica los condenados tienen esa misma sensación; pero no encontró respuesta alguna. Ni en sí mismo, ni en los ocho cigarrillos que, como pedido de voluntad, ya se había fumado.
Estaba sólo.
La angustia crecía mientras los minutos y segundos avanzaban incontenibles, acercándose cada vez más y más en lo que parecía inevitable: la muerte. Tal era su grado de confusión y desesperanza que desde que llegó a ese lugar las pocas dudas que tuvo aumentaron en progresiones geométricas produciéndole, como única reacción, un llanto inconsolable.
La tragedia de Pérez empezó ventidos días antes, y desde ese momento el mundo se le vino encima. Todos los esfuerzos que hicieron él y sus familiares fueron vanos por tratar de librarlo de lo que parecía su triste final. También sus amigos se unieron para tratar de ayudarlo en su caso, pero luego de intentarlo todo, de constantes discusiones, de inagotables reuniones, de tortuosos encierros, dejaron al pobre Pérez en manos del destino.

El nunca supo porqué cambió su vida; fue algo repentino y sin mayor aviso. Como suelen ocurrir los accidentes. Como un juego de azar en donde las explicaciones lógicas son inútiles. Como si tirara los dados y su ficha cayera en el casillero que dice: VÁYASE A LA CÁRCEL. Fue así, como un juego en el que no se sabe el final; aunque lo único que Pérez sabía era que de esa habitación él iba a salir, si la suerte no lo acompañaba –y esto era lo más probable –, hecho una desgracia de hombre.
Este era, sin lugar a dudas, el momento más amargo de su vida, y el tener la mente perturbada era como el pan de cada día. Pero en realidad lo que más le mortificaba a Pérez era que su drama fuese llevado a todos los rincones del mundo. Su fama, para su tormento, había traspasado fronteras y su caso empezó a difundirse por todos los medios de comunicación. Definitivamente esto aumentó, aún más, su rabia y desesperación porque estaba seguro que si se salvaba, su vida ya nunca iba a ser la misma pues todos lo reconocerían, lo señalarían, lo hundirían nuevamente en su recuerdo trágico. Y dentro de su enojo estaba incluida su familia, pues fueron ellos los que dieron la información a los medios; pero sin ninguna mala intención, sino para que su caso sea conocido por alguna persona que pueda liberarlo de esa pena.
Aun cuando no estaba de acuerdo en que la prensa siguiera diariamente su caso, desde que se agravó su situación hace siete días, Pérez autorizó a un periodista para que le escribiera una especie de biografía, ya que presentía que su final se acercaba y al menos quería dejar un testimonio veraz de su patético fin,
Afuera, en las calles, los periodistas merodeaban el lugar esperando la tan anhelada primicia, y sabían que en pocos minutos, pase lo que pase en esa habitación, tendrían asegurados los titulares de los próximos días. De pronto comenzaron a escucharse unos murmullos desde adentro. Las puertas del gran edificio se abrieron y aparecieron los familiares de Pérez. La avalancha de curiosos se les vino encima, y ellos ante tantas preguntas de los periodistas sólo atinaron a decir una frase: “¡Por fin es libre!”.
Pérez salió por la puerta posterior para evitar el asedio y se dirigió a su casa. Al llegar allí, luego de tantos días de ausencia, se detuvo frente a ella y respiró el aire fresco de la libertad. Entró y recorrió cada habitación de su hogar, y en todas ellas el recuerdo lo embargaba, y se imaginaba esa casa sin su presencia, y lloraba de alegría.
Al día siguiente comprobó que su felicidad no había sido un sueño. Una vez más esa vieja sonrisa asomó en su rostro cuando sus ojos, bordeados por las lágrimas alcanzaron a leer el titular de un diario que decía: "PEREZ POR FIN CAGÓ."
Marzo 1999

Texto agregado el 06-03-2003, y leído por 315 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-03-2003 sorprendente final, pobre Pérez, no hay nada peor que la constipación. marxxiana
 
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