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No sabría explicar cómo, ni por qué me vi envuelto en una situación como esa. Estaba Claudia echada en la cama y yo me vestía con paciencia, luego de un decepcionante trajín, te gustaría hacerlo conmigo gratis, me dijo; me reí, pensé que era una broma. Pero ella con un gesto serio lo volvió a repetir, sólo tienes que cuidarme, agregó, aún con mayor seriedad. Vacilé, me rasqué unos segundos la cabeza, sí esta bien, respondí, finalmente. Al poco tiempo me mudé a ese sucio departamento, en verdad no sabía cómo iba a cumplir mi misión, quédate aquí en el cuarto de a lado y si ocurre algo grito y tú me ayudas, sonaba fácil; pero si ocurría qué haría, yo era pequeño y no sabía pelear. Me agencié de un cuchillo grande de cocina, lo suficientemente intimidante y cada vez que ella atendía a uno de esos tipos me aferraba a ese armatoste rogando para que no ocurriera nada. Y para mi suerte no ocurrió lo que tanto temía.

Los días con Claudia se llenaron de una rutina curiosa, despertábamos entrelazados, casi siempre con el sonido del teléfono que anunciaba al primer cliente, y así uno tras otro todo el día y yo siempre con el cuchillo en la mano atento escuchando. Entre cliente y cliente, ella venía hacia mí y se acurrucaba; mientras yo le acariciaba el pelo. A veces, el tiempo que pasamos retozando se prolongaba por horas debido a la falta de clientes y ella me contaba cosas personales sollozando, en verdad nunca le presté la atención debida; pero fingía muy bien escucharla, madre, hijos, familia, amores, decepciones, o algo parecido es lo que le salía de la boca.

En esos días no me tuve que preocupar por casa, comida y ropa, ella pagaba todo, cada fin de mes, era lo mismo, toma papito esta camisita te va quedar preciosa, toma estos zapatitos. Bueno y la parte principal del trato, ella la cumplió cabalmente, cada vez que yo tenía ganas, se esforzaba mucho en complacerme; pero hubo días en que era ella quien pedía mis caricias y besos, y esos días a diferencia de los otros en que todo era malabarismos y destrezas, por su parte claro, porque Claudia era la experta, eran de susurros, de movimientos suaves e interminables, algo que no se parecía en nada al sexo que yo había experimentado antes.

Claudia era una chica, que a pesar de su ocupación, era predecible, monótona, y hasta aburrida; por eso cuando llegó con Viviana, realmente me sorprendió, te presentó a mi amiga le hable de ti y quiere quedarse para que también la cuides, me quedé callado mirándolas; mientras Viviana me miraba con ojos traviesos y mordiéndose los labios, y qué dices papi, esta bien, respondí luego de unos segundos de pensarlo; pero este cuarto es muy pequeño, agregué expresando el primer pensamiento que me vino a la mente. Nos mudamos a un departamento más grande; ahora tenía que estar atento a ambos lados de mi habitación, aferrándome al enorme cuchillo con más desesperación, podría decir que mi angustia se duplicó. Viviana al igual que lo hacia Claudia buscaba acurrucarse en mí y yo también le acariciaba el cabello; sin embargo, ella no sollozaba, gesticulaba, se reía a carcajadas, siempre encontraba algo gracioso a todas las situaciones. Muchas veces coincidían ambas en acercarse a mí, felizmente tenía dos manos para acariciarlas. Lo que más cambió con la presencia de Viviana fueron los días de descanso y el sexo; salíamos a bailar, a tomar alcohol en exceso hasta emborracharnos los días en que la clientela era baja; en cuanto a lo otro, siempre lo hice con las dos al mismo tiempo para evitar los celos y envidias, lo que no ocurrió ellas siempre se comportaron como dos solidarias hermanitas.

Un día dejé a Viviana y a Claudia abrazadas tiernamente en la cama, dormidas profundamente, inconscientes, borrachas y me fui a tomar más tragos a la taberna de la esquina. El lugar estaba repleto de personas de mal vivir, delincuentes, desalmados, fieras; todos rodeaban y escuchaban a un tipo enorme y cetrino, un gorila hablador, pedí una cerveza y me acerqué al grupo, así, así se trata a las putas, a patadas con esas perras, así te traen toda la plata, todo completo ¿y por qué aguantan?, Preguntó alguien, ¿por qué no se van?, por esto, dijo el tipo, tomándose el paquete, es enorme y a ellas les gusta las hace chillar como unas perras; además quién, sino su macho las protegería, al que ose golpearlas o estafarlas yo lo mato, ya llevo tres en el fondo del rió, el tipo siguió habla que habla, ojos morados, puñetazos que vuelan dientes, cuchilladas, más golpes, el mete y saca salvaje; y las risas estruendosas de todos. Lo estuve observando admirado, algo en mí quería ese poder, esa fuerza, esa crueldad, algo en mí hizo un clic.

Volví al departamento, ya era muy de noche, las encontré todavía dormidas, las miré un largo rato pensando en lo dicho por aquel tipo, me preguntaba por qué ellas estarían conmigo, yo no tengo un pene grande, más bien es pequeño, a ciencia cierta nuca las defendí y no sé si lo haría llegado el momento, tampoco creo que ellas esperen eso. Levántense putas es hora de trabajar, quise gritarles, levántense o las agarro a golpes, levántense quiero tirármelas; sin embargo, el impulso se fue diluyendo tras otra idea, una idea más fuerte, más poderosa, más malvada. Cogí mis cosas en silencio, y me fui. Salí a la calle, la madrugada era fría, crucé la pista y miré hacia el departamento.

- Chao putas, hasta nunca- murmuré con una sonrisa en los labios.

Texto agregado el 05-02-2007, y leído por 208 visitantes. (0 votos)


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