Capítulo Número 3: Grand Finale

Habían pasado muchos meses, pareció una eternidad.
Una especie de nieve congeló a todos nuestros personajes durante mucho tiempo, dejándolos inmóbiles, incluso a los espectadores.
Yo, su buen estimado relator, también caí bajo los poderes de esa nieve somnífera y recién tomo conciencia de lo ocurrido. Poco recuerdo lo sucedido. En estos momentos me vuelve a la memoria quienes estaban allí: el libretista, el productor, el director, cinco actores, el encargado de los efectos especiales, el barrendero y el público.

Todos poco a poco retomaron la conciencia:
-¿Qué pasó? -preguntó el libretista.
-Ya no lo sé -dijo el productor-. Creo que todos caimos en un profundo y malicioso sueño.
-Deben haber sido meses -corroboró el actor argentino al ver la notebook del encargado de los efectos especiales.
-Me llamo José -me dijo el encargado de los efectos especiales-. ¿No te parece más corto que repetir una y otra vez "el encargado de los efectos especiales"? ¿Sos bobo, sos?.
¡Ok, está bien! No tienes porque enojarte así.
-¡Muy bien expresado señor relator! -acotó el libretista.
No esté tan seguro, señor libretista... Hace poco formatié la máquina y no instalé el Word para que me corrija las faltas ortográficas. ¡Alguna fe de erratas imperdonable se me escapará!.
-No hay problema... Sigamos con lo acontecido.
Muy bien.
-Creo que el publico también quedó como nosotros -observó el barrendero.
-Pues bien... ¿Qué hacemos? No tenemos ideas, el tiempo pasó y todos querrán irse -advirtió el productor-. ¡Algo urgente debemos hacer!
-¡Y así lo haremos! -dijo el actor principal con voz de gran heroe.

Y así, todos los encargados de la obra se contagiaron del fervoroso y enérgico grito esperanzador del actor. Todos juntos estrecharon manos de la forma más cursi posible y en pocos minutos, bajo la presión del sol sobre sus cabezas y con desenfrenado esmero, como nunca jamás se había visto antes sobre la faz de la tierra, lograron realizar la más perspicaz y deslumbrante obra de la historia.
Y sin perder tiempo alguno, los actores se presentaron ante un público somnoliento. Pero apenas abrieron los ojos no tubieron tiempo alguno para preguntarse nada. Lo primero que vieron sus ojos después de largos meses fue una historia que no los dejó reaccionar en momento alguno. Clavadas mantuvieron sus miradas en la audaz destreza de los actores, y el gran virtuosismo de José.
El director no paró en ningún momento. Su poder de improvisación fue magnífico, increíble, sorprendente. El productor consiguió, en muy pocos minutos, lograr cosas de la nada. El barrendero barrió como nunca jamás lo hubiera hecho. El libretista demostró su impecable ortografía con osadía.
Bajo las miradas del público se contempló drama, comedia, asombro, reflexión, llantos, asombrosos unicornios voladores, apareció Bailadandambla (el indú del sahumerio místico) como aparición especial.
Y en un increible Grand Finale, una gran puesta del sol se desplegó dentro del mejor musical teatral de la historia, con fuegos artificiales de fondo y el aplauso más estremecedor del universo. No solo fue una ovación; los unicornios volaron por los cielos al compás del gran musical, la gente del público bailó con gente del reparto, y el sol parecía inmerso dentro de aquel gran éxtasis de gloria sensacional.
Dios se estremeció, los cielos se abrieron, un nuevo valle se formó desde las infinidades de los lares. Un gran lago emergió en medio de aquel fervor divino, rebosante de alegría espectante de los seres. Y ese lugar es el que hoy conocemos como Chascomús.

Toda esta gran escena la debimos explicar brevemente por falta de presupuesto, obviamente... ¡Un productor no hace milagros! (A pesar de lo descrito anteriormente)

-Me gustan los finales felices -me dijo el libretista, seguido de un guiño con el ojo izquierdo.
¡Ni que lo digas!
-¡Ja ja ja ja! -(risa a dúo).

FIN!