A él los días le pesan.
Se evidencia en sus gestos que buscan que el tiempo ocurra más rápido y así terminar esos días. Esos días insoportables que le van quedando para siempre clavados en la cara, esos días que al mirarse al espejo los encuentra incluidos, amontonados alrededor de los ojos.
El rostro rubicundo e infiltrado por el edema le recuerda, como un archivo, cada vez que escuchó el chasqueo del encendedor y la brasa le brotó cinematográfica a la punta de los rubios más adictivos.
El rostro, ya no su verdadero rostro, es también cada carga de alcohol en la copa.
Todo queda registrado.

Ahora solo encuentra a ese ser que él extraña –a quien era- en el brillo corneano, en ese reflejo único de los ojos y en el mirar preguntando, donde también aparece la pena.
La cara muestra todos los golpes recibidos y simula escuchar, cuando le hablan simula escuchar, aunque en realidad piensa sólo en sus cosas.

Mientras espesas emanaciones de vapor se elevan desde la superficie del mar, con un cigarrillo encendido en la mano que sostiene el volante, él ahora viaja en el Gol.
Viaja a la velocidad que tolera la carrocería de su vehículo, debido a las vibraciones que aparecen al contacto de los neumáticos con el serrucho del camino costero.
De esa larga franja de ripio que bordea el océano separándolo del desierto.
La carrocería, en quien confía, resiste para que no se desprenda alguna pieza útil, algún dispositivo que evite al motor seguir funcionando, pero debe apretar los dientes, esto para salvar la lengua y no morderla con el traqueteo odioso.
Va por una recta y desde este lugar no ve el mar, se lo impiden los medanos que también son el filo del acantilado.
Al mar lo sospecha ahí detrás, a ese azul intenso del Atlántico debajo del vapor subiendo como una nube inofensiva que busca el cielo y comienza a cubrir la costa.
Avanza en dirección a Bahía Creek.
Desde la radio en AM alguien habla con pesar y se detecta en su tartamudeo una ansiedad inocultable. Narra los rápidos cambios climáticos que están ocurriendo en el planeta.
En la línea fluctuante del horizonte aparece la figura de un hombre caminando junto a la ruta. Va en su misma dirección.
Se acerca sin aumentar la velocidad, deteniendo la marcha junto al paso extenso pero no apurado del caminante.
Éste, ensimismado, no lo ve, hasta que al frenar se clavan las cubiertas en el ripio arrastrando y la nube de polvo que el automóvil produce los cubre lentamente.
Y en la ausencia de viento hace que la tierra en suspensión (la nube de polvo) los atrape, hasta hacerlos desaparecer.
Mientras el vapor que sube del mar se espesa y aumenta, aumenta igual que resuello de volcán en erupción, corriendo –ahora- como una sombra que se desplaza al ras del suelo y envuelve todo.

El calor es insoportable y a ellos los enfunda una sensación de muerte.
Y él ve por última vez el reflejo de sus ojos, esos ojos con las penas incrustadas rodeándolos, en el espejo retrovisor del Gol.
Y piensa que se olvidó de documentar los mejores besos que dio, lo recuerda justo en ese momento, cuando todo termina.

(2007)