El fin de semana pasado hice un viaje relámpago a Dublín con la excusa de visitar a unos sobrinos que realizan allí uno de estos cursos trimestrales de idiomas. En el viaje me acompañaba un amigo; Rafa, inseparable, leal, e incondicional mío en cualquiera de mis “raros” viajes a cualquier parte de la vieja Europa. El es periodista, redactor en una de las grandes revistas serias de tirada nacional. A parte de ello es un gran amante de la literatura y una de las personas que mejor escriben de las que conozco. El caso es que para el viaje le preparé una serie de lecturas entra las que estaban “el gigante egoísta” de Wilde y otro texto de Aquiles Nozoa, normalmente en los vuelos nos solemos dar a leer algo interesante y yo en esta ocasión preparé esto con el fin de luego debatir algo sobre ello. Al terminar la lectura del texto de Wilde me dijo directamente que no me creyera la autoría de todos los textos sacados de internet; ese texto, precisó, no podía pertenecer al autor, era imposible por la nula calidad que, el consideraba, tenía. Por lo infantil del tratamiento del tema y por la moralina final, algo que él no encontraba propio del autor sobre el que hablábamos. Yo al oír esto no lo podía dar crédito, le dije que sabía a ciencia cierta la autoría del texto, que estaba publicado en Austral con una introducción de Luis Antonio de Villena. Que el texto a mi entender era una genialidad, y que lo que el entendía por moralina a mi me había hecho llorar más de una vez en la infancia cuando mi madre me contaba este cuento, el favorito de mi infancia. Me sentía ofendido, el no me creyó en la autoría y la calidad no la captaba por ningún lado, yo cada vez más ofendido... bueno pues esto duró todo el fin de semana, semejante chorrada fue nuestra conversación más recurrente el viernes, sábado y domingo.
El lunes a la vuelta y ya en el trabajo recibo el siguiente e-mail de Rafa; - Tenías razón, es de Wilde, cualquiera lo dría...-
Creo que con esta razón del tonto me molesté más todavía así que le envié yo otro correo que dice así;
Sabes Rafa; ha muerto Karel Svoboda. Tu dirás;
-¡Mande! ¿Ese quién es?- Al más puro estilo de nuestro amigo Javi.
Y tiene razón; no es nadie, tan sólo un compositor checo que ni te
interesa ahora ni te interesará nunca. Fumigaba el lúpulo en un tractor como bien le mandaba la checa estalinista allá por los años 50, bajaba a la mina, servía en el ejército... y mientras, tocaba el piano. Tal vez en apenas seis minutos tocara “Claro de luna”.
No sé. No era nadie. Pero ayer martes en la página seis de El Mundo venía su obituario con el siguiente título; “Puso música a La abeja Maya.”
-¡Oh! La abeja Maya, que genialidad... vamos hombre. José otra vez
más en su país de la piruleta.-
Si, me encanta “El gigante egoísta” de Oscar Wilde y la música de
“La abeja Maya” de Karel Svoboda, y siento profundamente que no hayas sabido coger de un cuento redondo más que lo plano del léxico y de la retórica en una mala traducción. Lamento profundamente el comprobar el engaño al que estaba sometido; siempre admiré lo que creía una de tus grandes virtudes, la capacidad de comprensión, de abrir la mente al mundo, de leer entre líneas, de entender. ¡Cuán engañado estaba! Me arrepiento profundamente de haberte dado a leer el cuento que ha hecho caer la venda de mis ojos. En la amistad, con la ignorancia hacia el otro se vive mejor.
Nunca entenderás la música de “La abeja Maya” ni “El giganta egoísta”
y maldita la falta que les hace a Karel Svoboda y a Oscar Wilde, y
maldita, e ingrata, y sentida, y dolida la falta que me hace a mí.
Un amigo bien jodido por una crítica literaria.
P.D.: y sí, es Oscar Wilde, y “La Historia de un caballo que era bien
bonito” de Aquiles Nozoa también me gusta.
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