Todo empieza al probar un par de notas antes de empezar. Las pequeñas vibraciones son una estimulación temprana, crean tensión. Un par de batacazos en el fondo y todo comienza. Aprietas los dedos a las cuerdas y aquella energía potencial se desencadena... El sonido del bajo se siente por dentro, desde el diafragma, tu respiración se acelera, pues respiras aire y exhalas emoción. En medio de ese intercambio, cuando la música se intesifica, Sientes la necesidad de tocar no sólo con las manos, ¡sino también con todo tu cuerpo! Tus glóbulos rojos se excitan y corren por tus venas a gran velocidad. Los sientes correr más que nunca. Fluye la adrenalina. Fracciones de segundo. Tus músculos están totalmente accionados, impulso eléctricos recorren todo tu ser. Saltas, gritas y tocas más fuerte. Tu banda sincroniza contigo, el público ovaciona y se contagia. Es una liberación mutua.

Al final y con el último acorde, tus rodillas flaquean y te arrodillas un poco. Respiras con dificultad, has sudado y hasta ves borroso. Sin embargo, te sientes muy bien, tan bien que quieres hacerlo otra vez.