Siento como el humo me impide respirar, todo lo que me rodea es neblina.
Mis pies intentan levantarse del suelo, pero desde ese momento, se que nunca los he movido de aquel lugar, nací y moriré en esta tierra. El miedo y la desesperación hacen que mi pelo caiga como hojas secas de la cabeza, no puedo detenerlo. Intento gritar, pero ahora me doy cuenta que tampoco tengo voz, un escalofrío me recorre, y el miedo entra desgarrando los tejidos del tronco. Mi piel y el fuego se fusionan, creando algo parecido al infierno.
Algo en mí activa y motiva al fuego, quisiera dormir y nunca despertar de esta pesadilla, pero acabo de recordar que quizás nunca he soñado, y que siempre he sido un silencioso elemento de un todo fragmentado.
El dolor que me provocan las llamas es similar a la intensidad con que sobre mí se desplazan movidas por una ráfaga de viento, siempre familiar, pero esta vez traicionera.
Quisiera tener voz, y gritar hasta que el aire de mis pulmones se pierda en el espacio infinito y todos puedan escuchar la desesperanza de la vida misma.
Hermosos tiempos aquellos cuando aún corría por las praderas, volando sobre ráfagas amigas que se ofrecían a mostrarme el otro lado del cerro. Cuando bellas criaturas tan inocentes como yo, vivían en armonía en mi cuerpo.
Pero ahora las dejo a ellas y al mundo. Años más largos que la vida misma habitando en este mismo lugar, y ahora pasaré a formar parte de la madre tierra que siempre me cuidó.
Resignación se apodera de mí, y comienzo a dormir otra vez.
Abro los ojos, y esta vez si puedo moverme.
Soy yo otra vez, dedos, uñas, manos. Tal y como lo recordaba.
Acababa de morir siendo un árbol, y de nacer siendo un humano.
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