Siempre la misma historia, y parecía que no me atrevía a asumirlo directamente.
Mis pasos últimamente no eran más rápidos, fijaba más mi vista en la punta de mis zapatillas al andar, que a lo que me venía de frente, y como no, siempre chocaba con algo inesperado.
Parecía todo tan ridículo que no me di cuenta de las cosas, hasta que pasaron.
Increíblemente durante los largos caminos que me llevaron hasta este mismo momento, no había aprendido nada de nada.
Seguía chocando con la misma piedra día tras día y mi inseguridad ante el porvenir no había mutado a un estado mas maduro.
Lo que hasta ahora parecía que me llenaba lo suficiente como para olvidarme de los problemas, caía estrepitosamente, se hacía añicos con la simple brisa, dejándome desnudo ante el mundo, me sentía incapaz de afrontar la mañana, la tarde, la noche, ¿Cómo podía ser tan débil?, me ahogaba en un vaso de agua, mientras que las nubes descargaban toda su ira sobre mi cabeza.
Todo parecía que se podía arreglar, pero me faltaba coraje para dar el siguiente paso, simplemente porque no podía levantar la cabeza y mirar al frente.
Necesitaba ayuda y la encontré.
Una sonrisa, solo una insignificante mueca de cariño y mi vista se alzó a la altura del firmamento, haciendo ahuyentar la tormenta.
Si, seguía siendo débil y me quedaba un largo recorrido hasta ser lo bastante seguro de mi mismo como para empezar a creer que podía controlar mi vida.

Pero por algo hay que comenzar.