Después de la muerte…
Las llamas le rodeaban y no había salida, la primera ola de calor le hizo esconder la cara, rehuyendo el contacto, pero fue inútil, impregnado de aquel liquido combustible el resultado fue fulminante, ardió como una pavesa, el dolor fue inenarrable, manoteando como un poseso intentaba inútilmente apagar la antorcha en que se había convertido su cuerpo, como todos, había pensado alguna vez en como seria su muerte, pero de repente comprendió que esta era la suya, el dolor era horrible...
Apenas manoteaba ya, aceptando la muerte inevitable.
De repente de alguna forma el tiempo cambió, todo se volvió más lento, aunque esto no le hizo rehuir el dolor, todo lo contrarío, su cuerpo ardía y el era consciente de cada poro, de cada parte de su cuerpo, consciente como no lo fue nunca, pues cada milímetro de su cuerpo gritaba y lloraba de dolor y desesperación.
Cuando ya vencido cayó de bruces al suelo, con los brazos rígidos, sin que evitaran el golpe tremendo de su cara al estallar contra el suelo, al dolor de su cuerpo martirizado, se le unió el recuerdo de cada fracaso, de cada angustia de cada sinsabor que había sufrido en su vida, como fuegos interiores que se unían a una macabra fiesta, la perdida de su hijo mayor, la muerte de su madre y así sucesivamente, desde el primer amor destruido, hasta el despido del trabajo, cada recuerdo era un fuego único que se venia a unir al coro general, todo era fuego, todo era dolor, hasta que de pronto, la oscuridad y el vacío vinieron a adueñarse de sus sentidos.
Una oscuridad insondable y vacía, una negrura tétrica y total.
Sin ruidos, sin olores, sin sabores, sin tacto, sin nada que nuestros sentidos pudieran detectar, sin siquiera ese extraño sentido que poseemos que nos hace esquivar un golpe en la cabeza, sin necesidad de ver el obstáculo, o aquella que nos hace presentir o intuir. Privado de toda unión de lo que fue nuestro cuerpo físico.
Pero más allá, si tuviéramos un sentido del que carecemos, podríamos notar que no todo es realmente vacío, la presencia del dolor mas horrendo, mas total que jamás existió está presente y poco a poco iríamos dándonos cuenta que este dolor tenia identidad propia, era un ente, un ser consciente y que de él partían lazos finísimos que se entrelazaban con otros y estos a su vez con más pequeños, haciendo entre ellos una membrana obscena. Una pirámide donde el dolor mas atroz estaba presente en un todo y este parecía infinito.
Si pudiéramos disponer de razón y de sentido del humor en el más allá, comprenderíamos que mientras peor lo hubiéramos pasado en la vida física, ese mínimo lapso de tiempo, condicionaría toda una eternidad de existencia y por ello, cada alegría, cada suceso que no hubiera sido malo, doloroso, nos privaría de entidad, de totalidad. Y todo lo malo, nos permitirían una mayor consciencia de lo que fuimos y de lo que eran todos los demás, sin librarse por ello de un exquisito dolor, tremendo y horrible, pero a pesar de ello, bello y total, bello y perfecto.
Y en un presente eterno, esto no es ninguna broma.
Fin.
“No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda.” Woody Allen.
Al- 04/02/04.
Duende-máx
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