De su belleza que radio cual astro, no había vi ni siquiera un rastro, era un informe y corrompido andrajo, la mire con tristado, mudo, inerte, medite en los festines de la muerte y me hundí en el sepulcro abierto atajo, temblorosas tendieron sé mis manos al inmenso hervidero de gusanos, busque de la garganta la junturas, nervioso retorcí hubo traquidos de huesos arrancados y partidos hasta que, oyando vi la sepulturas, huí miedoso entre las sombras crueles, creyendo que los muertos entropeles, levantaban su forma descarnada, corriendo a rescatar su calavera, es a yerta y silente compañera de la lóbrega noche de la nada.
Eso paso, fue ayer, hoy en mi mesa cual escombro final de su belleza, helada, muda, lívida, he inerte sobre mis libros en montón reposa, cual una gigantesca y blanca rosa ostentase la risa de la muerte.
(Este poema no fue escrito por mi)
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