Cuando me he sentido perdida he alzado mis manos hacia el cielo en busca de otras que me abrigarán, pero aquella noche al lazar mis manos, solo el humilde viento se colaba entre mis dedos.
Ese aire que yo respiro, que tú respiras.
El mismo que juega con nuestro pelo, acaricia nuestro cuerpo y eriza nuestra piel. Nunca pensé tener algo que compartiera con el resto del mundo.

Ahora, cuando me siento perdida, alzo mis manos hacia el cielo ya no en busca de otras manos que me abriguen, sino para sentir que existo.

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