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Aguantarse el parloteo de una asquerosa cabeza mal acomodada en una cesta de mimbre no constituye una dulce condena, mucho menos cuando su discurso supera en repugnancia al olor despedido por la testa en cuestión. No me explicó la razón por la cual no he logrado deshacerme de tan molesta compañía, durante infinidad de oportunidades he intentado tirar la cesta junto con su contenido por el shut de la basura, he rellenado la canasta con pesadas rocas con el objetivo de lanzarla al agua y hundirla para siempre en el fondo del río X, he rociado la cabeza con gasolina con la intención de convertirla en cenizas, he tratado de leerle cuentos de Paulo Coelho para matarla del aburrimiento pero siempre me ha detenido un impulso irrefrenable. Una y otra vez he regresado a mi habitación con el rabo entre las patas, escuchando impotente la incesante burla de la cabeza que me repite con su voz chillona que soy un cobarde, que jamás podré deshacerme de ella y que nunca tendré el valor de dejarla atrás para arrancar desde cero.

A veces pienso que mi mente me juega malas pasadas y que todo es producto de mi imaginación. A veces pienso que es posible besar los demonios fuera de mis sueños. Es en esos momentos de mediana lucidez cuando en vano cierro mis ojos para desconectarme de la “realidad”, pero allí vuelvo a encontrarme con la maldita entrometida para recordarme que tengo su imagen fijada en el lado de adentro de mis párpados. Tal vez no sea un paranoico, tal vez sólo estoy drogado, puedo darle crédito a esta afirmación ya que a medida que se evapora el efecto de la heroína se hacen mas tibios los punzantes comentarios de la cabeza. Tal vez sólo estoy drogado porque a medida que la jeringa se clava sobre la pálida carne van subiendo de tono las chanzas, los insultos se hacen mas agresivos y el odio que le profeso se incrementa en progresión exponencial. No le respondo, dejo que me ataque de frente y que me cante lo que se le venga en gana, dejo que me grite hasta que me sangren los oídos; me limito a lanzarle una confusa mirada que se divide entre el odio que ella me genera y el placer que me causa el efecto de la adictiva sustancia que inunda mi sangre. Tal vez no sea un paranoico, tal vez sólo esté drogado y necesite la ayuda de un profesional.

La oficina de la psiquiatra es impecable, lo único que desentona es el paciente, ah, y claro, su infaltable acompañante. Le explico que me estoy desmoronando, que a veces me arrastro, que a menudo mi mente me juega malas pasadas y que tal vez sea un paranoico. La cabeza le dice que mis palabras no son mas que basura, que sólo soy un maldito drogo que tocó fondo y allí permanece anclado, que no pierda su valioso tiempo con un caso perdido. La voluptuosa doctora parece ignorar sus consejos y me despacha con un desconcertante diagnóstico: “Amigo, lo que lo tiene abatido es la falta de sexo”. No sé cómo llegó a semejante conclusión en tan corto tiempo, no le hablé de mi vida sexual ni de nada parecido; pudo ser que el hecho de no haberla mirado a los ojos durante el transcurso de la consulta me haya delatado, sus enormes tetas y el pronunciado escote no me han dejado opción. Salgo del consultorio con la firme intención de solucionar mi problema, tal vez la doctora no se equivoque y lo que de verdad necesito es una buena sacudida. Desesperado emprendo la búsqueda de una callejera que llene mi “falta de sexo”. Me doy cuenta de que se ha hecho tarde y de que un amago de lluvia amenaza con caer desde las estrellas para despeinar al ocupante de la cesta y para empapar este dolor que se resiste a adaptarse al frío. .

“No pudiste conseguir una puta mas horrible que este adefesio?”. Su perorata me desconcentró haciéndome caer la verga, ni siquiera la imagen de las tetas de la psiquiatra logró levantarla de nuevo. Había pagado por media hora y aún quedaban veinte minutos, tiempo suficiente para que se cambiaran los papeles y fuera ella quien se dispusiera a penetrarme. Comenzó a hundirme lentamente la aguja, mas lentamente que el desarticulado fluir de mis aflicciones, lamentos ahogados sobre nada y sobre todo que inundaban la pena mas profunda y que me hacían ver como el idiota melodramático que era, como el neurótico hasta los huesos al que se le imposibilitaba enternecer a la mas horrible prostituta. “Deja de lloriquear maldito fracasado, acaso vez algún hombro sobre el cual llorar? Yo carezco de ellos y los de esta perra ya están mojados” La heroína entraba al torrente sanguíneo haciendo que las burlas se hicieran cada vez mas pesadas, embelleciendo a la horrible puta, llenando mi alma de sufrimiento y consumiendo la poca vitalidad que le quedaba a este pálido esqueleto.

Afortunadamente las putas no tienen buena puntería a pesar de practicar incesantemente el tiro al blanco. Por eso es que se puede confiar en ellas, por eso se les puede entregar una jeringa, porque siempre existirá la posibilidad de que se les vaya la mano y te manden al boulevard de los sueños rotos, allí donde uno a lo mejor por fin camina sólo, sin la compañía de las sombras que nunca se pudieron acallar. Por eso es que se puede confiar en una puta, porque es muy probable que te de un largo beso de buenas noches y se haga demasiado tarde para dar marcha atrás

Texto agregado el 02-02-2007, y leído por 344 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
02-02-2007 Bien, bien... je je je Madrobyo
02-02-2007 Excelente;me gustaria tener la facilidad para poder comentar, pero lo que digo es sincero!!***** terref
 
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