“EL ADIVINO”
POR
DIEGO REGALADO ROMERO
Era de día. El sol iluminaba por completo aquel inmenso parque. Se encontraba sentado en una de las cómodas bancas ubicadas a la orilla del angosto camino de grava que rodeaba y a su vez cruzaba la vasta extensión de jardín construido para el uso cotidiano de los residentes adjuntos. La gente iba de un lado a otro: mientras unos corrían otros caminaban, cuando unos se acostaban otros se sentaban; iban y volvían sin cansancio. El pasto, en contraste con el cielo azul, brillaba de manera equilibrada y melódica con el ambiente, ofreciendo así una vista espectacular.
De pronto todo se volvió oscuro, aquellos rostros felices comenzaban a desaparecer con cierta rapidez; los árboles, las plantas y las flores se secaban lentamente así como la tierra en completa coordinación, se erosionaba de manera incontrolable. No lograba comprender el por qué de tan desolado paisaje, miraba a su alrededor buscando respuestas pero se hallaba solo; no podía escapar, no podía crear. Sintió la amarga presencia de alguien que se acercaba lentamente hacia él. Una extraña fuerza le impedía voltear para ver quién era. El miedo se apoderaba de su cuerpo poco a poco dejándolo sin fuerza, y ya cuando aquel ser insensible se encontraba justo encima, miró y pudo distinguir que era una sombra; era una silueta negra de altura considerable a la cual no se le veía rostro alguno, sólo una sórdida cuerda con la que sujetó su cuello, por lo que en ese instante supo que por fin su muerte había llegado.
Se despertó violentamente, su corazón palpitaba a gran ritmo, estaba bañado en sudor y lágrimas pero se sintió aliviado, invencible, confiado porque sabía que pudo burlar a la muerte misma a un instante antes de matarlo y llevárselo a no sé donde; un paraíso, un infierno, un cielo, una tierra o un infinito in describible o a miles de millones de lugares desconocidos en los que no se sabría mas de él.
Desde joven tenía el “don” y, para otros, la perdición de poder interpretar sus sueños adivinando así ciertas situaciones que afectaban o beneficiaban a los demás y pocas veces a su vida. Unos le llamaban “El Adivino”, aunque tenía muchos sobrenombres: el demonio, el pagano, el arcángel, el mago, el iluminado, etc. Le gustaba sentarse en las bancas de los parques y predecir el futuro de la gente. Una persona se acercaba, le preguntaba lo que querría o le gustaría saber y él, cerrando los ojos y soñando despierto por un momento, esperaba poco a poco las imágenes que de manera clara le llegaban a su mente, y así, de esa manera, sabía exactamente lo que sucedería segundos, minutos, horas o días después, ya sea para bien o para mal, recibiendo a cambio una paga que se convirtió en su principal sustento, ya que casi siempre acertaba a no mas tardar en una o dos semanas por mucho retraso que tuviese su predicción, auque muchas otras veces lo hacia sólo por diversión, como para entretenerse a sì mismo, creando una ilusión casi perfecta de la gente a su alrededor que, sin saber, serían afortunados o desafortunados, correspondidos o no correspondidos, vivirían o morirían; cosas del futuro que sólo él podía saber.
Era una persona ecléctica de acuerdo al entorno, las circunstancias o a su estado de ánimo; a veces alegre y despreocupado, amigable pero a su vez misterioso y solitario. Viajó por todo el mundo exhibiendo su místico poder. Con el tiempo hizo fama, fortuna, encontró amor y el significado de la amistad y la felicidad. Vivió de manera cómoda y estable; con lujos, diversiones y sus excentricidades que aquel hedonismo conlleva. Conoció muchos lugares, mucha gente, otras ideas, pensamientos, sensaciones, culturas, tenia amigos y romances, así como también tres hijos regados en diferentes países; todo gracias a su “don” o “perdición” de acuerdo al punto de vista de cada individuo que lo conocía o escuchaba hablar de sus capacidades para describir el destino. Su vida era un poco distinta, susceptible e interesante, aunque predecible.
Era de día. El sol iluminaba por completo aquel inmenso parque. Trataba de adivinar el futuro de un hombre anciano cuando de pronto, en su sueño, se vio a sì mismo sentado en una de las cómodas bancas ubicadas a la orilla del angosto camino de grava y, justo encima, la sombra sin rostro que años atrás olvidó interpretar.
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