El tipo vio venir esas manos y las reconoció de inmediato.
-¡Tú!-dijo, sofocando un grito de espanto.
-¡Si! ¡Yo! No esperabas encontrarte conmigo ¿Verdad?

Cuando las manazas del hombre lo dejaron libre, pensó en escabullirse, pero la inercia de los acontecimientos, los atraería nuevamente a la temible situación. Sucede que le debía una elevada suma de dinero y si bien, nunca desconoció la deuda, las circunstancias fueron postergando indefinidamente los plazos.

-Bueno, ¿que hay con lo nuestro?- preguntó el hombre, mientras apretaba con crueldad sus temblorosas manos. Él lo contempló con ojos de perro apaleado e intentó sonreír, gesto que hasta un tonto se habría dado cuenta que sobraba en ese diálogo. Los ojos acerados del hombre despedían chispas. La angustia trepó a la garganta reseca del pobre tipo.

-¡Espero una respuesta inmediata!-dijo el hombre y soltó sus manos. Sabía que no había tiempo para inventar una excusa. Además, la mirada de aquel se entenebrecía cada vez más, ya que la paciencia es parecida a la tolerancia y la tolerancia depende de la elasticidad. Y la elasticidad es cosa incierta, vaya uno a desconocer eso.

Cuando las manos estuvieron a un tris de las suyas, el espanto fue mayor que todo y el tipo, trapecista avezado, esta vez no pudo con sus miedos y se desplomó como una piedra. Abajo no había red…