- ¿Cuánto lleva ahí sentado?
- No sé, cuando yo llegué ya estaba en su banco, como siempre.
- ¡ Ojalá dijera algo, cualquier cosa!, no soporto que se quede ahí, tan callado, ausente.
- Pero, tal vez está bien así, vaya a saber en qué está pensando, a lo mejor está reviviendo momentos felices.
- No te entiendo, ¿cómo podés preferir que tu padre esté en ese estado, autista ?
- No es que yo lo prefiera, pero a veces es bueno poder abstraerse.
- Ahí vas otra vez con tus palabras difíciles “abstraerse”, escaparse lo llamo yo, negar la realidad, eso es lo que hace, lo mismo que hizo toda la vida.
- ¡Vamos mamá, no seas tan dura ! Es mejor así.
- Claro, lástima que el único que puede abstraerse siempre sea él. Ya quisiera yo “abstraerme” cuando hay que cambiarle los pañales y darle de comer en la boca.
En ese momento, se escucha un ruido en el jardín y las dos mujeres salen corriendo de la casa. El anciano está en el suelo, inconsciente, pero sus manos siguen aferradas al cuaderno que estaba sosteniendo. La esposa corre a buscar ayuda, mientras la hija intenta reanimarlo, infructuosamente.
Más tarde, en el hospital, escuchan al médico explicarles lo que ya presentían: el ataque esta vez fue irreversible, el anciano había muerto.
La hija bendice, finalmente, el descanso de su padre. La esposa agradece que también el suyo haya llegado.
De regreso en la casa, pasado el aturdimiento de los primeros días, ordenando la ropa, encuentran el cuaderno que el hombre estaba mirando esa tarde en el jardín. Era un album de fotos que contenía también pequeños recuerdos : la servilleta de un bar, un boleto de colectivo, un papel con las primeras palabras escritas por su hija en la escuela, y la carta de amor, donde su esposa le juraba, a los dieciocho años, que estaría a su lado “hasta que la muerte nos separe”.
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