Siete calaveras, bien vestidas, graciosas y engreídas, tenían un viejo pleito con los cuatro fantasmas solemnes de la justicia. Nadie sabía bien cómo habían empezado las cosas. Cada grupo aseguraba que habían sido los otros los culpables del pleito y, para justificar sus venganzas, siempre recordaban lo sucedido. Muchos espectros, zombis, formas etéreas y plasmas rodantes, habían sufrido por culpa de la legendaria batalla. Campos de guano habían sido quemados, sembradíos de animas robados, sepulcros mancillados e insultos inapropiados a los legendarios antepasados, sobrinos y camaradas, que habían hecho huir a varios seres de terror a otras tierras, no tan tétricas como les hubiera gustado.
Cuando la lucha se había convertido en insostenible, se citó a un enfrentamiento a los dos más viejos de cada pandilla. Una calavera y un fantasma, cada uno hábil en sus virtudes, cada uno docto en cientos de conocimientos, cada uno de la misma edad del otro, con las mismas ideas –sin que se dieran cuenta–, y cada uno atiborrado de incontables defectos y errores, provocados por la irracional batalla.
Dicen que ese enfrentamiento duró más que la pelea de Aquiles contra Héctor, más que la visita de Jesús a los infiernos, más que la más ridícula de las guerras: la de EU contra Irak.
Al final hubo un vencedor. El fantasma con su alma de guerrero, tiró al suelo a la calavera. Estuvo a punto de aniquilarla cuando el astro negro mayor llegó y paró la batalla. Éste se había resguardado toda opinión por milenios, pero intervino para asegurar que aquello era injusto...
...“Ya que de tener alguien la razón por el inicio de la disputa, serían las calaveras. Sin embargo –agregó–, en todos estos años que los llevó observando, me he dado cuenta que ustedes aseguran incluso luchar por defender cada uno su opinión, pero lo cierto es que sólo lo hacen por un extraño vicio de amor hacia la beligerancia”.
Las calaveras y los fantasmas lo negaron. “Él me dijo esto”, gritaba uno. “Él me contestó aquello”, respondía otro. Entonces el astro negro, orillado a ofrecer soluciones drásticas, les auguró. “O esto se acaba ahora, o estarán condenados a pelear durante toda la eternidad en el limbo, con la sombra de lo que parece sus enemigos, sin la posibilidad de alcanzar nunca la confortabilidad del averno”.
Cinco mil años han pasado, en que once figuras de ultratumba pelean entre los pantanos de la ira, el lago de sangre y el campo de espinas de la violencia, cada vez con más resentimiento contra figuras imaginarias, sin dar jamás con sus verdaderos enemigos. En gran parte, ellos mismos.
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