En realidad, este texto no se trata de una reflexión en sí misma. Es mi primer artículo de opinión para el periódico del colegio, y me gustaría compartirlo con vosotros
Costumbres españolas
Dentro de la amplia variedad de hábitos que existen en este país, cabe destacar uno excepcionalmente importante, aparte de la siesta: la crítica. Y no me refiero a la crítica culta, ni a la crítica profesional; sino a la crítica a la antigua usanza.
Lo cierto es que, si nos remontamos a los tiempos de nuestros bisabuelos, no era común desacreditar cualquier opinión; si esto se hacía, solía ser por parte de personas importantes, informadas sobre un tema en concreto y que expresaban su desacuerdo de una forma sutil. De todas maneras, no debemos llegar a confusiones: ¿De qué nos serviría convencernos de que, en otros días mejores, hubo paz y armonía entre las personas?
Siempre ha habido alguien a quien atacar, puede que sin ni siquiera conocer a dicha persona. ¿Qué razones nos mueven a ello? Podríamos señalar la envidia, origen de tantos males humanos, entre la principal. Criticamos a aquel que tiene éxito; odiamos a quien alcanza sus sueños; nos alegramos de los problemas ajenos; y, sobre todo, aborrecemos que alguien posea todo cuanto desee y alcance la felicidad.
Los españoles, en concreto, siempre hemos sido grandes críticos: nunca nos ha faltado chisme que relatar cuando hemos ido a comprar el pan. No solemos perder la pista a las habladurías de las vecinas de la escalera; ni a las actividades diarias del pobre Juanito, el hijo del alcalde; y, a falta de temas sobre los que criticar, nos aferramos a rumorear sobre el famoseo.
No obstante, ¿cuál es el problema que la crítica “insana” genera? Quizá que, con el actual auge de los medios de comunicación de masas, estamos vendiendo nuestra dignidad a cambio de un puñado de dinero. Puede que los valores que imperaban antiguamente se hayan ido perdiendo en esta sociedad consumista, o puede que simplemente se haya incrementado esta conocida costumbre española. Los llamados programas “del corazón” invaden nuestras pantallas, que se llenan de caras desconocidas ante una especie de polígrafo que descubre sus patrañas y al que ellos mismos se someten. Del mismo modo, estos curiosos personajes llenan las páginas de cientos de revistas narrando sus hazañas en la vida o, todavía peor, las de otras personas honradas y conocidas a las que humillan, incluso después de muertas.
Sin apenas darnos cuenta, nos estamos convirtiendo en cómplices de una injusticia: diariamente, una retahíla de periodistas pierden un posible empleo, tras años de estudio, gracias a un concursante de un reality show, que les arrebata el puesto como contertulios en un programa cualquiera. Y todo esto ocurre por la supuesta simpatía (o todo lo contrario) que los espectadores le tienen a este o a cualquier otro “personajillo”, salido de la nada.
Si hablamos con claridad, ¿qué es lo peor de todo esto? ¿Lo fácil que es conseguir la fama sin mérito en nuestra sociedad actual? ¿La energía malgastada, la vergüenza ajena que nos infunden estos personajes, o, simplemente, el papel y la tinta derrochadas para crear estas historias?
Yo, sin dudarlo, me quedo con la crítica “sana”. Con seguridad, murmurar sobre los parroquianos del barrio no resultará tan perjudicial. Y, si finalmente nos tenemos que enorgullecer de una buena costumbre española, que ésa sea la cabezadita de las cuatro de la tarde. Y dicho queda.
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