Desgraciadamente, no puedo más.
No puedo atarme a mis zapatos cotidianos,
Ni remolcarme en mi camioneta vieja,
Ni tragarme en susurros desgarbados
Ni estallar rauda y limpia en una queja.
No puedo más.
No puedo descubrir una sonata, por
más Rialto y veneciano que vos suenes,
ni atormentarme en un arco, que en un francés
triunfante me arrebate,
no puedo, aletargada por los años, ya no puedo.
Ni amarme para ver que aún soy bella,
de belleza algo extrema pero propia,
ni asomarme dócilmente a tu memoria,
para recordarte en soles victorianos,
en el verdor del parque arrodillados,
muriendo de amor.
Desgraciadamente,
más tarde se hace más que para siempre
y el silencio da paso a la ruidosa verdad.
No puedo más.