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Afuera era un día de septiembre, tibio y fragante. La resaca, como odiaba la resaca, siempre había sido devastadora. No recordaba una sola mañana de domingo o sábado de los últimos 6 meses, en que no despertara sintiendo su cuerpo totalmente adolorido, y con la sensación de embriagues rodeándolo todo. Aquella mañana nuevamente el fuerte olor dejado por las colillas de cigarro, las botellas tiradas por el piso, el pequeño espejo sobre la mesa de centro, daban cuenta del jolgorio que nuevamente se extraviaba en sus recuerdos. Esa suerte de humedad y oscuridad impregnada en los muros, debido a la falta de sol matinal, le daba un carácter aún mas pesado al ambiente .

Intento levantarse, pero su cuerpo aún se negaba a responder. Se quedó quieto, pensativo, mirando, sobre la mesa de centro, ese pequeño espejo de marco plástico que le habían comprado , a pesar de las supersticiones, en la feria que se ponía el 1 de noviembre en el acceso al cementerio del pueblo campesino del que venía. El día de todos los santos era la ocasión en que su familia se abastecía de baratijas y ropa a bajo precio, además de disfrutar de anticuchos, papas fritas y churros que por doquier era vociferados , ese era el día en que religiosamente el pueblo entero se reunía alrededor de las tumbas de sus antepasados.

Sólo movía los ojos evitando la luz, y buscaba en el techo alguna pista de lo que había pasado. Se sentó lentamente en el sofá de cuero que había comprado en 36 cuotas. Estaba desnudo, como siempre cuando dormía. Sabia que estaba en el comedor del departamento de dos ambientes que arrendaba en el centro. Miró el pequeño espejo y notó que estaba quebrado desde un vértice. Caminó hacia el baño que estaba junto a la cama en la pieza contigua. El panorama del baño era desolador, había sido vomitado prácticamente por completo, sintió como los dedos de sus pies se sumergían en la helada crema que se había formado con el vomito, los orines y el agua derramada. Mientras orinaba mirando hacia el suelo. ni siquiera sintió asco, y sólo lamentó tener que limpiar mas tarde. Caminó hacia la ventana y la abrió sintiendo como la brisa santiaguina de primavera y el ruido del trafico golpeaban su cuerpo haciéndolo temblar.

Tomo el trapero, lo metió en la ducha y comenzó a limpiar el piso del baño. Luego entró a la ducha. El agua helada siempre lograba activarlo, y quitarle ese maldito dolor de cabeza. Hizo lo de siempre se metió bajo el chorro helado...con los brazos colgando y la cabeza hacia abajo sintiendo como el agua caía por sus manos, y recorría su espalda haciendo que su respiración se encortara, luego se sentó en la tina, y echando su cuerpo hacia atrás dejo que el chorro de agua golpeara directamente en su pecho salpicando su rostro de agua. Nuevamente vino a su mente la sensación de ahogo de la noche anterior, cuando después de conocer a la chica en la discoteque de moda, la había invitado a su departamento a rematar la noche.

Salió de la ducha y sin secarse, se miró al espejo. Le gustaba mirarse desnudo, le gustaba ver como la suave musculatura daba forma a su cuerpo, le gustaba sentirse armónico. Su cuerpo blanco y lampiño siempre le había gustado, nunca había pensado siquiera en corregir algo. Le gustaba ver las gotas de agua decorando cada centímetro de su piel, así como el cabello pegado a su cabeza. Abrió el botiquín tras el espejo, sacó el frasco de pastillas para el dolor de cabeza, pero no lo encontró. Refunfuño pensando donde lo había dejado el fin de semana pasado.

Por primera vez reparó en la chica. El cuerpo de la chica aun estaba sobre la cama, en la misma posición en que lentamente recordaba haberla dejado para ir al comedor, recordaba haberse tomado un trago que le reanimara, y que luego de tomarlo, más bien lo relajó al punto de desistir en volver a la cama , prefiriendo quedarse en el sillón. Era delgada, de cabello liso. Su cuerpo colocado en posición fetal mostraba una delicada cintura, y un culo hermoso y redondo, casi como presentándolo. Pensó en lo linda pareja que hacían, en lo parecido del color de piel de ambos, y en la perfección con que encajaban ambos cuerpos. Observó sus hombros, puntiagudos y suaves que lo invitaban a besarlos. Miro sus manos, la delicadeza de sus piernas, que le recordaban esas novelas eróticas siúticas que leía de pendejo, y que hablaban de dos columnas que cuidaban el templo, miro sus pies y los imagino danzando, cruzados en su espalda, silenciosos. Miro sus manos, su dedos finos, sus uñas cuidadas, sin restos, sin imprecisiones en los cortes, sin cutículas. Enternecido, giro alrededor de la cama y miro su rostro ensangrentado, mas bien su rostro sumergido en una poza sanguinolenta, miro sus ojos desesperados, su mano crispada aferrada al plumón. Miro sus labios, azulados y cubiertos por esa suerte de espuma salivienta.

Miro hacia el comedor, vió el teléfono descolgado, vió el vaso largo de su último trago, vió la guía de teléfonos tiraba bajo la mesa. Recordó el desmayo, la cara contra la mesa de centro, el golpe seco contra el espejo, el billete enrollado, los tropiezos hasta llegar a la cama y el desrecuerdo. Siento nuevamente un escalofrió recorriendo su cuerpo mojado. Camino hacia la ventana y la cerro. Afuera, era un día tibio y fragante.

Texto agregado el 29-01-2007, y leído por 94 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-01-2009 Sí, me gusta, aunque creo, no estoy segura, que en el último párrafo, en la penúltima línea quisiste decir Sintió, o no? Bue, no sé, pero lo mismo se infiere y está muy bien desarrollado. Dhingy
 
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