Cuento elaborado con la mezcla exacta de Marfunebrero e Ysobelt.
Se despertó con la lengua seca, el aliento quebrado. Fue hasta el baño y al mirarse al espejo se horrorizó, su sien derecha tenía un feo agujero con sangre seca, negra y pegada. Un agujero de bala, casi humeante aún. Giró sobre si, y vio la cama revuelta, la almohada con manchas de sangre. Se tomó el pulso, aun latía, se volvió al espejo, lanzó su aliento, logró empañarlo.
Desesperado se vistió
Mientras lo hacia se percató de otro detalle, su miembro estaba colosalmente erecto, aquello le arrancó una sonrisa y de vuelta al espejo. De perfil, de frente. Apenas le punzaba la cabeza, no estaba mareado y no sentía más dolor que el de una ligera resaca. Cogió una linterna y examinó el interior del agujero de bala. En su lógica de documentales televisivos tendría que haber algo alojado que había conectado alguna neurona produciendo semejante hecho.
Intentó recordar algo, pero sólo escuchaba un ligero zumbido como de mosca.
Fue entonces cuando metió los dedos, hurgó un poco entre sangre seca y sesos y por fin dio con algo. Lo tomó con delicadeza entre sus dedos y lo sacó del orificio de la sien. Sintió un leve ardor, que le hizo cerrar los ojos, pero cuando lo abrió encontró una mujer pequeña, bella, de ojos almendra, pelo lacio, con un cuerpecillo sensual, y con la boca llena de sangre. En las manos llevaba partes del cerebro de él.
El zumbido no cesaba, la erección tampoco. Depositó a la mujer sobre la repisa del baño, junto a las hojillas de afeitar. Volvió a meter los dedos y repitió la acción. Para su total sorpresa, sacó otra mujer, pequeña y voluptuosa, era casi idéntica a la anterior, sólo que esta tenía una larga cola de leopardo y en su diminuta cara se dibujaba un gesto de ira acompañada de colmillos. Una y otra vez penetraba dentro de su cabeza por aquel agujero y una y otra vez sacaba mujeres que iba afilando sobre la repisa.
Pero la mujer de la cola de leopardo, y voluptuosa, con los labios manchados en sangre y lamiéndose los dedos por el manjar que estaba disfrutando, dijo
- Mira, puedes sacar de allí dentro todas las que quieras, ¿Pero sabes qué?, mientras tu vives pensando que nos disfrutas, nosotros te armamos a nuestro gusto.
El, enfurecido, volvió a meter la mano hurgó y sacó una mujer igual a su madre, tan igual que le dijo
- Hijo, basta ya, es suficiente
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