EL AMO FIEL
Mezclo mi mirada con el silencio de una tarde tranquila, trato de recordar algo que aun no logro aclarar. Él me interrumpe con un pequeño bostezo. Bodoke luce un poco cansado, levanta su cabeza de vez en cuando para mirarme desde el tapete donde está acostado. Sentado en mi sillón a pocos metros de él, juego con el humo de mi cigarro mientras contemplo su rostro interrogante, como dispuesto a acompañarme en cualquiera que sea mi próximo plan.
Apago el cigarro a medio fumar, me aproximo a él con pasos mesurados que acrecientan el batir de su cola, mientras Bodoke me observa venir. Lo levanto y lo llevo arriba con Tinita, sé que se extrañan, aunque ella no clame por él y él no lo haga por ella. Le digo al oído a donde lo llevo, me mira con ojos inquisidores pero no se rehúsa. Sé que detrás de esos ojos marrones, taciturnos hay algo perverso. Los dejo solos.
La tarde es gris, me asomo a la ventana y contemplo las constantes marchas vespertinas, cuatro beatas acuden a la eucaristía, siete niños jocosos regresan de la escuela, el administrador de la floristería de la esquina, se marcha a casa en un viejo automóvil. Miro al cielo, ésta noche no habrá luna. No habrá rayos que iluminen el cobrizo lunar en la cara de Tinita. Voy a la alcoba, abro la puerta y ahí está Bodoke, extrañamente echado como en el tapete de abajo. Logro entender su mirada inquisidora. Me regaña, me reclama, me doblega. Tinita está cansada. Bodoke, con su rostro jadeante me lo dice y le creo. Ya no hay dedos en sus manos, ni en sus pies. Ya no hay labios. El cartílago que resta de su oreja derecha ya no parece apetecerle. Ya lo entiendo, Tinita ya no le es suficiente.
Lo sé, lo recuerdo, es la octava noche, ya lo entiendo, su olfato ya denuncia la fetidez. Es tiempo de pasear nuevamente en la noche, de sacarlo a divertirse. A buscar. A elegir. A señalar con su tierna mirada y ladridos compulsivos a la niña, a la nueva, la nueva y temporal, su dueña, la de los próximos ocho días.
Sergio Sarmiento T.
Barranquilla 2004.
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