Relato 30 BODOKE

La tarde ya es callada en un día como hoy, la gente va y viene sin prisa. Hay ganas de hacer algo y sin embargo no provoca nada. Creo que ya he pasado suficiente tiempo sentado en el parque. Llamo a Bodoke para irnos a casa, pero él sigue entretenido mordisqueando la oreja del señor que vende dulces en el parque. Es un perro travieso, dejo que juegue un poco más y vuelvo a llamarlo.

Al principio fue difícil acostumbrarme a él. Muchas veces lo pisé sin darme cuenta, no es usual tener compañía diaria en mi casa. Sus chillidos me producían lástima, no podía deshacerme de él en ese tiempo, ahora menos. Tuve que adoctrinarlo un poco, conseguí una correa de cuero como la que usaba mi padrastro con mi madre. Lo golpeaba despacio cuando orinaba en la sala y más fuerte cuando dejaba sus excrementos en la cocina. Pensé en restregarle la cara en su propia gracia; pero me acordé que eso hacia mi abuelo con mi prima Sandra.

Sandra fue un motivo grande para castigar al pobre Bodoke, tuve que golpearlo hasta sangrar para que no volviera a ladrar cuando me observara torturar a alguien. Ahora espera sentado y callado mientras trabajo, después como recompensa lo dejo jugar con eso. Bodoke es un buen perro, incluso lame la sangre ayudándome a limpiar el piso. He notado que es un poco discriminatorio, no le gusta la de los niños tal vez por su alto contenido de glucosa.

A Bodoke no le cae bien mi cuñado Mario. Él ha venido a mi casa varias veces para buscar la pensión de mis hijos. Bodoke ladra sin cesar y yo lo dejo. Sé que le gustaría mordisquear su grasosa nariz pero no es conveniente. Mi familia sospecharía.

Ya la tarde no es tarde sino noche, cargo a Bodoke para llevarlo a casa, se podría resfriar, además en la noche la gente frecuenta más el parque, prefiero no despertar sospechas. Bodoke llora, quiere seguir jugando con la oreja, lo calmo.
- Mañana habrá más tiempo de jugar mi pequeño amigo...
Él ladra.


Sergio Sarmiento Támara.
Barranquilla 2004