De alguna dote merecida repite fiel sus boatos para
desempolvar linajes y hacer del asunto un juego
de reiterados consensos que su espíritu inquieto calmen.
Vana gloria que se estrella en razones acabadas que
demuelen su seso obtuso y derriban las compuertas
de su rubicunda estirpe, ay del que nade y pulule
cerca de tales riberas, pagará las consecuencias de su
desprecio perpetuo por permitirse negar
que dioses paganos existen y bastará una interrogante
para sentir su daga fría sobre la piel del disenso.
Vanidad, divino tesoro de los ciegos e impotentes que
giran en torno al ego de una crisálida en celo…

La noche despliega estrellas a los corazones humildes
que alzan sus ojos reverentes ante la creación inmensa y
florece la dicha en sus luces despejadas, mas, el vanidoso
los cierra para contemplar sus propios universos de
leyes cinceladas por su voluntad a ultranza, acarrea
prosélitos a su templo dorado e inaugura interminables rezos
con su acento de imperiosos arrebatos y caprichos
deslucidos por la esencia impura que los recrea…

Infierno y cielo se hermanan en el juego del que se baña
en las aguas oscuras de su propia invidencia, atrae y captura
flores y resentimientos, besos y fatigas, amor impenitente y
odio que se consume en el fuego de la penosa obsecuencia
Húyele al vanidoso que soborna espejos y voluntades y que
se jacta de ser justo con sus temblorosas obsesiones, nada
se compara a su ampulosa estirpe de astro nacido del cieno
tumba y pecado, vuelo y deseo, llanto cadavérico que sólo
ante el crepitar de sus desnudos huesos, se rinde por fin al silencio