Pasaremos página
Cayeron las Torres Gemelas, y la de Babel. Se derrumbará también la de Pisa. Pasaremos página. Aquí paz y allá gloria. Y no habrá pasado nada. Nunca pasa nada. Cuando vence la noche, el día aflora.
Aquel domingo de invierno Azulada y Blao se vieron en el estanque. Uno de ellos (no importa quien), mojó sus dedos en el agua, humedeció con ellos los ojos para esclarecer su mirada. Quería ver como los rayos del sol deshacían el metal frío de las plantas. El otro, sin ni siquiera mirar a su interlocutor, con voz de desesperanza amarga rompió el silencio del quedo respirar de la mañana:
“Hoy sabremos si el pronóstico se cumple.”
El de los ojos pitarrosos le dijo al que sin ver miraba:
“¿De qué pronóstico hablas?”
En los últimos días había circulado el rumor de que el diez de enero la web de Loscuentos.net desaparecería para siempre.
Durante varios años este portal fué jardín donde miles de escritores recrearon sueños, presentaban sus obras, intercambiaron opiniones, alimentaron su imaginación, vistieron a sus personajes con sus mejores obras. La amistad, la crítica, el ingenio se paseaban por este paraíso con sus galas: el respeto, la cordura, sus poemas, el ingenio, la amistad. Juegos florales de calidad. El único galardón de sus participantes era la satisfacción de poder ser ellos mismos en sus historias contadas.
“No temas, Blao, cuando algo se nos augura como irremediable es tan sólo un conjuro para evitar que ocurra. Acuérdate de aquella fatídica fecha. El 6 del 6 del 2006. Al día siguiente amaneció despampanante como siempre. Milenaristas de bocas pestilentes sin salidas para combatir el pesimismo, el suicidio de su porvenir. Aquellos que con su vaticinio anuncian el cierre de esta comunidad literaria lo que consiguen es revitalizar aún más lo que se empeñan en machacar."
Azulada bien sabía que aun diciendo lo que anteriormente dijo, sus sospechas no desaparecían. Nada es inevitable. En este mundo de carambolas, en el que hasta Dios se juega la paga del mes a la ruleta, todo es posible. Su negro escritor contratado ya no podría alimentar su vida con sus encomiendas. Azulada hablaba para alentar el ánimo alicaído de Blao, hablaba para convencerse a sí mismo de que el anunciado presagio no se cumpliría:
“En este mundo ilustrado de llamaradas y cerrojazos quienes más tenéis que perder sois los que circunscribís vuestra historia a un trozo de papel escrito. Pero no todo, Blao, se reduce a un libro. Ardió la biblioteca de Alejandría, desaparecieron sus manuscritos, pero no por ello se quemó la vida. Las zanahorias de mi huerta siguen brotando flores todo los días.”
Blao, de nuevo metió sus manos en el estanque y se refregó la cara para tratar de confundir sus lágrimas con el agua. Apoyó su cabeza en el pecho de Azulada y dijo con tristeza:
“El día en que esa página desaparezca se irá también al garete el azulada de los olivares. Aquel hombre del terruño que prefería vivir entre bancales y ortigas, rodeado de almendros y follajes, será reducido a cenizas. Se pudrirán sus dátiles, las almendras. El apio y la madreselva dejarán de respirar. No habrá ya refriegas de aloe para heridas infectadas. Se secará el nogal. No quedarán mariposas para llenar el tarro de la miel del romero. ¿Quién regará entonces tus alcachofas?"
Azulada sin despegarse de Blao le contestó con ternura y a la vez firmeza:
"Ocurra lo que ocurra, Blao, tu existencia no habrá sido en balde. Eres mi palabra, mi conciencia, pero somos también tierra. El día en que el hombre pueda levantarse sin tener que ir al kiosco para saber lo que va a ocurrir, podrá decidir su destino. Y el hoy ya es mañana.
Juan Martín Serrano : Azulada
|