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Lo más curioso de Alan Wilson, es que no disfrutaba tocando el blues con su guitarra eléctrica y cantando con su voz delgada de niña –un maravillosa voz-. Alan vivía el blues, lo sentía en la piel, lo traía encajado en el corazón. La vida no fue buena con él. Ya de niño era golpeado por todos, hasta por el más tonto, y Alan no era tonto. Cuando comenzó a tocar el blues con Bob el Oso, logró por primera vez que lo respetaran, pero seguía solitario, sin amor. Desparpajado siempre, sucio, con los pantalones manchados de todo tipo de mugre… su interés por la naturaleza.
Un día se suicidó con las tabletas típicas para morir sin ensuciar las ropas.
Lo encontraron en una cueva, en el fondo del bosque, con una sonrisa y la camisa que se puso cuando tocó en Woodstock.
Los muertos no tocan el blues.
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Texto agregado el 29-01-2007, y leído por 290
visitantes. (15 votos)
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Lectores Opinan |
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09-06-2007 |
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Es como un Haikú. No todos serán capaces de comprenderlo. Usted siga escribiendo, maestro. sol32 |
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11-02-2007 |
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Le falta todo a este "cuento" bareta |
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07-02-2007 |
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mmmm... no te clonaron? estos dos textos no me parecen tuyos... estaa bueno, pero demasiiado sencillo para ser tuyo.
en fin. Te saludo. dalecaspa |
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06-02-2007 |
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Todo lo tuyo termina en los muertos.
Esta muy acorde con tu hermosa vida. Andante348 |
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01-02-2007 |
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Bueno, oso. 5* regina_mojadita |
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