Vaya Usted a saber cómo hubiera podido acabar todo este embrollo si yo mismo no hubiese tomado aquella decisión. Por cierto, algunos aún en estos tiempos cuestionan si me precipite, o no. Yo, en esta soledad y sobre todo en esta lejanía, sigo pensando que hice bien.

¡Mejor que no haber hecho nada, mucho mejor!

¿Qué fue de mi conciencia?
¿Qué de mis principios?
¿Qué de mi Dios?

En esos casos todos ellos salen sobrando. No hay ni principios, ni conciencia, ni Dios.

¡Nada existe en esos casos!

Ni siquiera el remordimiento o el dolor.
¡Nada! Un vacío absoluto.

La juerga en su más alto nivel. Las copas y botellas escanciándose de lado a lado. Las risas, los gritos, la algarabía. Mis manos recorriendo uno y otro cuerpo, mis labios de una a otra boca. Los polvos esperando en fila para ser esnifados. La desfachatez absoluta. Los cuerpos enlazándose sin buscar el lugar en penumbras o el sillón apartado. La locura, la entrega, la obtusa lucidez de mi mente abarcándolo todo.

Qué manos, qué cuerpos, qué lenguas, qué ojos, qué miradas, qué palpitaciones.

De repente, saliendo de la nada, exclamó iracundo, con la rabia en los ojos.

-¡Largo! ¡fuera de mi casa!

Estarán de acuerdo conmigo en que aquella, no era la manera de acabar con la fiesta. Cogí entonces el aldabón de la puerta y con todas mis fuerzas se lo estrellé en el cráneo.

¡Cayó muerto!

De allí que algunos cuestionen si me precipité, o no.


© 2004 By Oscar Mtz. Molina