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La primera vez que sentí hablar de Almeida Morales fue en la crónica en que periódicamente, bajo el título “Otras lenguas, otras palabras” José Ignacio Mosquera daba un repaso a la actualidad literaria escrita en inglés y francés para la Revista “Sur, paredón y después” y que nos llegaba al Cono Sur de la mano de traductores a quienes Mosquera solía llamar “destructores” por el resultado que ofrecían frente al original. A pesar de las presiones de las editoriales, Mosquera era un hombre que gozaba de muchísimo respeto en el ambiente literario y –según decían algunos- de la protección y afecto de las hermanas Ocampo.
Pero con Almeida Morales siempre fue distinto y ejerció de contraejemplo, lo que le permitió defender su neutralidad frente a las acusaciones de tomar partido a priori contra un traductor. La aparición simultánea en inglés y castellano de “The Endless Fall” de R.J. West , que Almeida Morales nos ofrecía con el sugestivo título de “Cayendo siempre” generó el siguiente comentario de Mosquera: “Almeida Morales re-crea el trabajo de West de tal modo que el lector en castellano se siente guiado, acompañado: No solo no pierde respecto al original, West debería leer a Almeida para depurar su propio estilo, perder la petulancia y centrarse en las palabras. Este es un caso tan extraño como atípico, la historia es muy buena pero por boca de Almeida Morales se mantiene mejor que en el propio West."
En ese entonces poco se sabía de Almeida Morales, sólo que R.J.West le había otorgado la exclusividad al castellano –las hermanas Ocampo decían que Mosquera no era inocente en este logro- y que no se conocían traducciones anteriores, como si West le hubiera descubierto y no al revés. Digo ahora “le hubiera” y no “les hubiera” porque entonces se ignoraba que Almeida y Morales eran a la postre dos, algo que el mundo literario no descubriría hasta muchos años después.
Con “Moving on the wrong direction”, traducida por A-M como “Por el Camino Equivocado”, Mosquera rubricó la consagración the R.J. West a través de A-M con la siguiente frase: “el mejor R.J.West, de la mano de una traducción impecable, más que una interpretación una creación conjunta West – Almeida Morales o mejor – ¿por qué no? Almeida Morales – West”.
Pero había más. Al suspense que descargaban las novelas de West sobre el lector –sobre todo el lector hispano ya que su editor confesaba al suplemento literario de The New Yorker que West tenía cuatro veces más lectores en su versión castellana que en el original- debe añadirse que ni autor ni traductor habían jamás otorgado una entrevista – con la excepción del propio New Yorker a quien West había enviado sus respuestas por correo. Incluso la correspondencia con sus editores y traductores era a través de un apartado de correos. Las obras de West hasta 1967 –cuatro novelas y un libro de cuentos a razón de uno por año- habían ido apareciendo simultáneamente en castellano e inglés siendo esto no una mera coincidencia –afirmaban las hermanas Ocampo- sino un requerimiento del autor.
En 1968 R.J.West no publicó y en enero de 1969 aparecía en la Gaceta Literaria de La Nación el siguiente comentario: Como Juan Rulfo u otros muchos grandes de la literatura universal, R.J. West ha dado su obra por concluida en su mejor momento, dejando a sus miles de lectores en un estado de orfandad intelectual. Para decirlo con palabras de Jorge Luis Borges: “concluida la lectura, solo nos queda releerlo”. La reseña, con abundantes datos bibliográficos y más opiniones de críticos –incluida alguna frase de Mosquera- venía firmada por R. Morales. En mayo de ese mismo año, todos los periódicos informaron de un suicidio -en contra la directriz que recomienda no dar ese tipo de información- cuyo esclarecimiento podía afectar la credibilidad de “círculos literarios y editoriales”. Al parecer, el fallecido –un tal Leandro Almeida- desahuciado ante el abandono de su mujer y la traición de su mejor amigo y compañero de trabajo – Raúl Morales- había decidido quitarse la vida y esclarecer el último de los misterios que rodearon la obra del escritor norteamericano R.J. West, la de su propia existencia – o mejor, inexistencia. En una falsa auto-entrevista que la prensa también difundió, Almeida confiesa cómo -con la complicidad de R. Morales- dio vida al exitoso escritor – que ganó el premio JFK de novela corta en 1967- ante la falta de trabajo como traductor y su dificultad para publicar en castellano en Buenos Aires. En el final de la entrevista, agradece a algunas personas el apoyo recibido –menciona a Mosquera y a Silvina Ocampo- perdona a su ex-mujer y a su ex-amigo y deja los datos de un escribano a quien envió los originales en castellano e inglés atribuidos a West. Ese mismo año, Bioy Casares publicó “El diario de la guerra del cerdo” y los periódicos y revistas enterraron a West y a sus traductores definitivamente.
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Texto agregado el 14-02-2004, y leído por 1058
visitantes. (5 votos)
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Lectores Opinan |
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21-05-2004 |
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Desde una visión "semántico-comunicativa" del lenguaje, tu narración es muy lograda, aunque ha de encontrarse el lector con algunas curvas y erosiones en el terreno. Me parece poco clara la manera en como has demostrado tu enunciado inicial, aunque la sustanciosa arboleda de detalles engancha por la relevancia de la documentación a la que has sometido al lector. Interesante lo del concepto de traductores. Como diría Oviedo, presenciamos, aquí, en esencia, manifestaciones concretas de los procesos de significación y comunicación. Te seguiré los pasos. Saludos. Gabrielly |
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07-04-2004 |
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Estupendo trabajo...un placer leerlo suninmymouth |
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22-03-2004 |
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Estupenda historia envuelta en un eficaz estilo periodístico que nos lleva en volandas al extraordinario final. "Traduttore, traditore". Mis estrellas. juanrojo |
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15-02-2004 |
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Es excelente! Todo el tiempo esta crónica está rodeada por el suspenso y ese juego de "lo que se sabe", "lo que fue verdad", "lo que hubiera sido mejor que pasara"... Increíble manera de atrapar al lector en un mundo que, aunque no haya conocido por el tiempo vivido, nos resulta familiar, como si recordáramos a través de tus palabras. Un beso. MCavalieri |
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14-02-2004 |
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Endemoniadamente bueno, original, lección de irreverencia para los que creen que la iconoclastia literaria se expresa con palabrotas o barbarismos. Mis respetos. Daniel_Drago |
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14-02-2004 |
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¡¡Pavada de redacción!! Hay que imprimirlo y releerlo. Se lo percibe de entrada como muy sustancioso, y no abandona nunca se ritmo endiablado; enormemente trabajado. Lo de las hermanas Ocampo...ellas jugaban partidos separados, dentro de la literatura, se entiende. Y a Bioy Casares mucha pelota por "la guerra del cerdo" no se le dió, como para que lo hayan enterrado así nomás a West...(digo como comentario al márgen, por decir algo).
Estupendo...una gratificante lectura para un sábado a la noche. Gracias albertoccarles |
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