Solía contar don Fernando, ese abuelo catalán,
que siendo apenas doncel, le ordenaron marchar
a ocupar de Santa Magdalena, La Punta Alta,
allí en Pandols, entre Pinell de Brai y Gandesa,
donde el Ebro se requiebra y hace un recodo;
en esos setecientos cinco metros defendidos,
por las fuerzas de Negrín que allí se mandaron,
para detener a Franco y dividir a los Nacionales.
Él, igual que otros tantos, en el pueblo había dejado
a una chiquilla de él prendada, una niña enamorada,
que nada sabía de macutos, ni de fusiles o marchas,
ni de aviones, ni cañones, ni del acero o del fuego,
que sobre esos jóvenes descargaron a discreción,
sin dar cuartel, ni pedirlo, españoles de otro bando,
en los feroces combates sin piedad, donde guerrearon
los bisoños de la Quinta, poco más que unos chavales.
La última leva fue llamada Quinta del Biberón,
la reclutó la República, para detener al enemigo
en ese recodo del Ebro, una colina ya olvidada,
sobre el Puig de l´Aliga y la ermita de San Marc,
en ese noviembre ardiente, cuando la guerra llegó
a la tierra de Sunyer, Tarragona, al sur de Mora,
la de las sierras agrestes, la de viñas y olivares,
montes bajos de Pándols, Cavalls y La Fatarella.
La cuarta de Navarra y Legionarios de bandera,
Regulares marroquíes y Requetés de Monserrat,
hicieron frente y atacaron, a esos niños soldados,
donde el Ebro hace curva, entre Ribarrojo y Xerta,
llevando desde allí su curso, buscando el delta,
aguas pacíficas, mansas, las del río hacia Tortosa,
que en ese noviembre con sangre de extrajeros y
españoles se tiñó –¡vamos!–, sangre de hermanos.
En la Brigada Cien de la Once, donde fueron asignados,
resistieron esos niños las cargas, las bombas y los aviones,
entre las piedras del Miravet, el castillo que fuera ese bastión
de templarios, aquellos viejos guerrros de la historia catalana.
Más de ciento diez días de combates, bajo un sol abrasador,
cien mil bajas de uno y otro bando, repartidas por mitades,
cayeron en aquel noviembre, en ese último intento, el ataque,
que la República se propuso, para dividir a los Nacionales.
Furiosa pelea de carneros, la del Ebro, en Tarragona,
donde se graduaron de hombre esos niños, los novatos,
la Quinta del Biberón, alistada en una leva a toda prisa,
y muchos allí muertos quedaron; otros cuantos regresaron,
aunque tantas mozas catalanas, vistiendo luto temprano,
en ese noviembre del treinta y ocho, perdieron allí el amor,
y hubo madres que lloraron y demasiadas viudas gimiendo,
por esa guerra entre hermanos, de tanta muerte quedaron.
Así, como yo lo escribo, solía contarlo Don Fernando
que volvió, es cierto, pero no el mismo que había ido,
algo dentro de él se había roto, se le notaba en los ojos,
y ni el amor de Puretta, ni la vida en paz de otra tierra
logró curarle esa herida, que en el corazón no cerraba,
por haber sido un mozuelo, qué digo, no más que un niño,
uno de ellos, los de la Quinta, que a la fuerza fue soldado,
y miró a la muerte de frente, muchas veces, muy temprano.
Escrito para mi hija María Laura Videla Triginer, in memoriam de su abuelo, Don Fernando Triginer Colás, uno de esos soldados adolescentes, casi niños, que peleó en la Batalla del Ebro enrolado en la "Quinta del Biberón", la última leva que reclutó el gobierno de la República durante la Guerra Civil Española.
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