Esperar en aquel bar que se quedó lleno de ausencias, en aquella mesa en la que rodaron tantas lágrimas secas, tantas manos abrazadas, palabras lejanas y las más románticas que conquistaron el más duro de los corazones.
Los pasos se mueven rápidos y silenciosos por el suelo, dejando un rastro de perfume dulce que recuerda a una mujer exuberante que oculta su miraba bajo unas finas gafas de sol a plena madrugada.
Un cigarrillo se va consumiendo poco a poco con delicada elegancia en una barra que se ha quedado vacía. Su humo baila con el aire una danza tan suave que parece diluirse entre las notas del rocío que cae afuera.
Cierro los ojos y hundo mi cabeza entre mis manos heladas: Quisiera pensar que nada más puede ocurrirme por un instante, pero siento bombear mi corazón, y el oxígeno entrando por mi nariz, y a pesar de todo, tampoco puedo dejar de pensar en él. Nada pudo derretir su recuerdo por más que pasó el tiempo, pasaron amores, y pasaron oportunidades de morir. Ahora volvió a mi mente perturbándome de nuevo, queriendo buscarlo para decirle aquello que no dije una vez por miedo, por indecisión, por inseguridad...
Se que ya no está, que no podré encontrarlo, pero vuelvo siempre a este bar, donde cada movimiento me recuerda su voz, su silueta caminando por el largo pasillo hasta mi mesa, su beso en la mejilla, su abrigo de piel, su tez pálida por el frío, y su taza de café negro.
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