Esa sensación nueva que llevas adentro desde que vieras al cerdo. Es como una rebelión contra algo que apenas logras imaginar. Sin embargo, avanza,
empuja y aplasta todo lo que se interpone en su camino hacia él con una fuerza arrolladora. Nada puede detenerla... ¿O sí? Sí, tal vez el terror al tigre, que ataca sorpresivamente, o a la serpiente que se descuelga para triturar con sus anillos. El miedo al feroz tiburón o al pico despiadado del buitre. No, ni siquiera la furia de esas bestias la detiene. Encuentras al cerdo, que se vuelve hacia ellos moviendo el cuerpo con lentitud y voluptuosidad. El tigre huye al verlo. Te alegras cuando ves desaparecer a la serpiente bajo sus pezuñas y al tiburón entre sus blancos colmillos. El buitre emprende el vuelo y se pierde inmediatamente allá arriba. El momento crucial se acerca. La pasión devora tus entrañas, y él te impulsa y viene la decisión, única y verdadera desde el comienzo de tu existencia. La aceptación de esa rebeldía como la parte central de tu vida; la afirmación de la esencia del cerdo, que te penetra hasta tus más recónditos secretos.
Luego, la fuerza de la rebelión se aleja junto con el cerdo y quedas solo, en una realidad desconcertante. Te sientes desamparado. El, ya satisfecho, duerme apaciblemente. Ahora no le interesas. ¿Ahora?... ¡Cuidado!, que ya las bestias se están aprontando. Sí, te acorralan y te envuelven con sus garras y sus fauces. Buscas inútilmente ayuda en el cerdo. Sólo enfureces al cuarteto siniestro con el recuerdo de tu experiencia anterior. Un dolor insoportable te invade cuando el tigre hunde sus colmillos y sus garras en tu
carne. El tiburón aprovecha tu cabeza para clavar una y otra vez sus dientes voraces. El buitre se apodera de tus ojos con su agudo pico. Cuando crees haber llegado al límite del sufrimiento soportable, la serpiente lo exalta hasta el delirio, triturando centímetro a centímetro los restos de tu destrozado cuerpo.
Ya las bestias te dejaron libre; parecería que se cansaron de torturarte. Vives la más completa agonía. Ahora, ¿seguirás adorando al cerdo, que descansa con placidez cuando sufres un infierno por su culpa? ¡No! Mientras te repones, tu odio hacia él crece. Las fieras te observan, ansiosas pero quietas. La expresión cavilosa de tu rostro les impone respeto. Se miran con complicidad; te están esperando. Cuando comprendes que son tus aliados, inmediatamente sientes que la sangre vuelve a fluir por tus venas. Olvidas la incomodidad de las heridas, y decides terminar con el cerdo. Lo destrozarás hasta hacerlo desaparecer. Tus nuevos amigos ayudarán a consumar
ese acto vital para tu supervivencia. El cerdo continúa echado, ofreciendo la espalda cándidamente. Te acercas, lo sientes respirar y te estremeces. Las cuatro bestias te rodean para recibir instrucciones. Decides enviar a la serpiente y al tigre por ambos costados. El buitre atacará en cuanto lleguen y le vaciará los ojos de dos picotazos. El tiburón permanecer/ contigo, cubriendo la retaguardia. La serpiente se le acerca, pero a medida que
avanza disminuye de tamaño hasta desaparecer, como una culebra, en una mata de pastos. Desesperado, compruebas que el tigre se ha transformado en un inocente gatito, que juega con la enrulada cola del cerdo. Temes que lo despierte antes de la llegada del ave de rapiña. Miras con impaciencia hacia arriba. Pero sólo encuentras un delicado gorrión, que vuela a su alrededor y termina por posarse en su lomo. Juguetea en él y logra despertarlo. El cerdo se endereza lentamente y te busca con una lánguida mirada. Te sientes débil, otra vez a su merced. Tiemblas al recordar al tiburón. Sospechando su pequeñez, te vuelves y lo tomas para ofrecérselo. Es un bagre, que devora con glotonería en un santiamén. Después, te
contempla con deleite. Sabes lo que va a ocurrir e intentas escapar. Pero ya no puedes hacerlo. Caes al suelo y te abres al fluido que, emanando de él, impregna tu intimidad con su mágica esencia. Es una corriente maravillosa que te mantiene en un continuo éxtasis. Pierdes la noción del tiempo, del espacio, de tu persona. Y sólo existe el cerdo, único, poderoso, adorable.
Lentamente, como si volvieras de algún sueño ancestral, comienzas a percibir los límites de tu dimensión. Intuyes que el cerdo se ha ido a descansar, pero aún no te atreves a maldecirlo. El estrépito que
producen las fieras al acercarse, termina por despabilarte. La culebra aparece transformada otra vez en una serpiente. El gatito ha crecido. Miras hacia arriba y unas garras se apoderan de tu frente. Luego, el pico vaciar/ tus ojos. Un dolor lacerante en las piernas te recuerda la presencia del tiburón. Los cuatro se arrojan con voracidad sobre tu cuerpo. En el último instante de lucidez, observas el lomo ancho y marrón de aquél que ahora reposa en su cubil. Juras ultimarlo la próxima vez con los que serán tus amigos, y decides soportar la tortura estoicamente. Esto es un entrenamiento, piensas. Es la necesaria purificación previa a la gran venganza. Pero, más allá de tus actuales convicciones, en tu fuero íntimo, sabes que el cerdo es invulnerable y que derrotará a tus fugaces aliados cuantas veces se le enfrenten. Esta oscura verdad enceguece a las bestias que, a pesar de no comprender totalmente su significado, redoblan sus ímpetus en pro de tu sometimiento final.
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