Es fuerte estar frente a tu propio presente. Te hallas como esperando la muerte o el amor mas lindo. Es incompresible ese dolor, pues te gusta saborearlo. Muchos se refugian en sus labores diarias, otros se ponen a escribir, pensar, a buscar el camino perdido. Ayer estuve allí, en ese pasadizo. Frente a frente. Allí estaba la vida. Dura como un puñal. Sentí que debía hacer algo al respecto pero tan solo me hice una pregunta. ¿Es esto lo que quiero? Toda la tarde la pasé esperando una respuesta, una señal frente a la vida, mientras el tiempo seguía merodeando frente a nosotros. De pronto llegó la noche, diáfana, calmando el instante. Me eché a descansar, mientras la vida me miraba impaciente. Cerré los ojos y élla me soñó. Fue un sueño que no tengo palabras para describirla pero fue la respuesta de la vida. Me veía dentro de una jaula de barrotes inmensos. A mi lado siete monstruos. Todos me olfateaban. Arañaban mis carnes. Y todos deseaban conquistarme. Más yo seguía buscando una salida que no encontraba. Me iba de un rincón a otro, de una barra a otra. De pronto, frente a mí, se presentó el carcelero. Tenía mi propio rostro, mi propia imagen. Todos los monstruos se inclinaron. Yo no pude hacerlo y vi el rostro de la vida frente a frente. Tenía una llave en las manos. Le pedí que me soltara, pero este me dijo que mañana, que mañana será otro día... Se dio media vuelta y salió de mi vista. Iba a entregarme a los monstruos, iba a romperme a llorar, pero hubo un silencio en mi alma y pude sentir un aliento, luego otro y supe la verdad... Solo muerto podría salir de esa jaula. Así que, con un pedazo de cuchara, me arranqué el corazón. Casi agonizaba cuando aventé mi corazón al otro lado de la jaula... Vi que los siete monstruos trataron de cogerla pero no pudieron conseguirlo. Después, no se mas... Desperté con un sentimiento muy nuevo, no extraño. Me levanté y me vestí de la vida y me puse a escribir.
San isidro, enero de 2007
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